Por Manuel Gómez Sabogal
Ciclo Álvarez quedaba muy bien ubicado en Calarcá. Su aviso frente a la puerta, mostraba una bicicleta y el número telefónico. Llevaba muchos años en el mismo lugar. Demasiados, diría yo. Sus hijos y don Jesús siempre estaban allí, prestos a atender a sus clientes, especialmente campesinos. Don Jesús era reconocido entre ellos por su forma de ser y por su amabilidad.
Si usted llegaba allí, estaba trabajando. Poniendo bielas, organizando un sillín, templando una cadena, colocando un tornillo, engrasando. Su vida eran su familia y ese almacén. Vivía cerca y eso le permitía llegar sin problema al trabajo o mejor, a su sitio de diversión, pues eso era para él ese almacén. Un primer piso y un mezanine para oficina, donde se atendía lo relacionado con lo concerniente a Ciclo Álvarez.
Desempeñaba su labor con gusto, cariño y mucho amor. En cada bicicleta, dejaba una estela de buen trabajo. Era querido por las familias que adquirían triciclos o bicicletas para sus hijos. Recomendaciones y buenas bicicletas para disfrutar.
Era humilde, sencillo y nunca alardeaba de los que hacía. Arreglaba, ponía parches, inflaba y siempre estaba ahí ocupado. Pero, hacía eso y mucho más.
Siempre atendía con respeto. El respeto que daba y merece un personaje que deja huella. No las huellas que dejó en el camino entre su casa y donde debía arreglar bicicletas, sino esa huella indeleble del respeto y la honestidad.
“Hola, amigo” era su saludo. Sonreía, pues sabía que quien llegaba, iba a saludarlo, buscar una bicicleta o arreglar un triciclo. Su saludo siempre lo llevaré conmigo, porque era un saludo sincero y muy agradable, aunque no fuimos amigos de charlas largas o de un café. Éramos amigos, porque así saludaba a quienes allí arribaban.
Esperanzas de lograr mucho y sueños imposibles, pero nunca desistió.
Su rostro arrugado por la inclemencia del paso de los años, pero nunca con cara de tristeza o amargura. Su gran compañía siempre, sus hijos, quienes lo veían lleno de esperanzas, sueños y sonrisas.
Se le acabaron los años. Se fue en silencio en una hermosa y cálida madrugada de julio. Se fue sin despedirse y sin volver a su labor en el almacén. Se marchó sin decir hasta luego, pero dejó grandes huellas.
Don Jesús se fue como se van los grandes. Se fue, luego de haber dedicado su vida al trabajo, a ser honesto, a luchar en un mundo que le dio lo que más sentía: esperanzas y sueños.
En su sepelio no hubo discursos de políticos, ni resoluciones de Gobernación o Alcaldía, pero sí, música interpretada por grandes artistas regionales. Y todas esas canciones llegaron al alma de los asistentes a la ceremonia.“Mi viejo”, “Cuando yo quería ser grande”, se destacaron entre todas.
Don Jesús era un personaje muy importante. Tanto, que no era conocido en los contornos políticos o sociales de la región. Pero era un gran personaje. Y hubo un fantástico texto escrito por Hugo Camelo Peláez y leído en la iglesia. En el mismo, se resaltaban todas las bondades de don Jesús.
Gracias, don Jesús por tantas cosas buenas, enseñanzas y paciencia. El amor al trabajo, sus esperanzas y sueños fue lo que sembró en el camino de la vida. Gracias don Jesús por su fuerza diaria para hacer una labor que nunca le dejó réditos, pero sí la tranquilidad de que todo lo hacía bien y con gusto.
Se fue un trabajador, humilde, pero importante. Cuando dejó de laborar, luchar y hacer tantas cosas, fue porque ya no pudo más. Su enfermedad no lo dejó seguir, aunque se aferraba a la vida y quería seguir madrugando.
Días después de su partida, empezó la demolición interior del que fuera Almacén Ciclo Álvarez durante tantos y tantos años. Se acabó todo. El aviso desapareció y la pintura no borrará la historia del paso de don Jesús y Ciclo Álvarez.