A veces, hay personas que siendo visibles, son “invisibles” para quienes pasan por su lado, se acercan, compran, se van, sin saludar, sin despedirse, sin decir algo especial.
Don Miguel siempre estaba allí, en el mismo sitio, a la entrada de la Universidad La Gran Colombia.
Los muchachos, profesores, directivos arrimaban a comprar una chocolate un dulce, un cigarrillo. Cualquier cosa, con tal de comprar algo a la salida o entrada
Desde cuando ingresé como Director de Relaciones internacionales a la Universidad la Gran Colombia, don Miguel se hallaba allí. En el mismo sitio, frente a la entrada principal de la institución. Tenía un carrito de dulces y casi siempre lucía sus gafas negras y anchas. Un saco para el frío de la mañana y simpatía con todo el personal que laboraba en la institución o con quienes pasaban por su lado.
Sus ventas eran muchas o pocas, dependiendo del día, me decía. Siempre arrimé a comprarle cualquier dulce.
Había muchachos que se paraban casi frente a él, pero nunca le dirigían la palabra, conversaban o compraban. Otros se acercaban casi siempre y eran sus conocidos usuarios, quienes adquirían sus productos y en respuesta obtenían sonrisas y su devuelta sin problema alguno.
Don Miguel madrugaba a abrir su carrito de dulces. A mediodía, descansaba y volvía en la tarde.
A comienzos de diciembre de 2017, estaba allí con su señora, doña Miriam. Ella se dedicó a acompañarlo, pues se sentía enfermo y ella no lo quería abandonar en esa situación. Me decía que se sentía muy maluco. Es más, en una ocasión, después de tantos años de decir mi nombre, me preguntó cómo me llamaba. Ya ni reconocía.
Su señora me dijo que así se había vuelto desde hacía unos días. Le recordé mi nombre y volvió casi que a la normalidad.
Don Miguel, el señor dulcero de la Gran Colombia, llevaba muchos años ahí. Últimamente, vendía poco y mucho menos, cuando ya las vacaciones estaban casi que encima y apenas asomaban los estudiantes a un curso, a pagar matrícula, a averiguar por carreras.
Los profesores, iba y venían pero ya escaseaban. Eran pocos, pues diciembre era casi que el mes de vacaciones.
En diciembre dejé de pasar por la universidad, pues recibí visita y no volví a bajar sino en enero.
Le pregunté a doña Miriam por don Miguel. Y no escondió su tristeza. Casi que adiviné, pero me dijo, casi sin pestañear: murió el 26 de diciembre.
Sentí una tristeza grande. Don Miguel se había ido y no nos despedimos.
Hoy, doña Miriam, su señora, continúa con el carrito de dulces en el mismo sitio. Los muchachos, profesores y vigilantes recuerdan a don Miguel. Ahora, le compran dulces, chocolates y cigarrillos a ella….
Hay personas que son muy visibles, aunque muchos no las vean….
Manuel Gómez Sabogal