En una de las imágenes más potentes de Dunkerque, el nuevo y maravilloso largometraje de Christopher Nolan, se ve un avión británico en llamas. La película relata una campaña temprana y desgarradora en la Segunda Guerra Mundial que sucedió meses después de la invasión a Polonia por parte de los alemanes y semanas después del inicio del despliegue de las fuerzas de Hitler en los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia. Después de planear hasta detenerse, el piloto incendia el avión, desafiante, para evitar que lo capturen. Es una imagen inequívoca de derrota, pero también el emblema de la resistencia y un presagio de los espantosos conflictos que están por venir.
Es una visión compleja y compacta de la guerra en un filme que es insistentemente humanizador a pesar de su monumentalidad; un equilibrio que es una decisión tanto política como estética. Dunkerque es grande en cuanto a su tema, alcance, emoción e imagen. Nolan filmó y terminó gran parte de la película en gran formato (algo inusual en la era digital), lo cual permite que se aprecien los detalles a gran escala. Las tomas aéreas de los soldados apostados en una playa transmiten un aislamiento inquietante… como si se tratara de las últimas almas que quedan sobre la Tierra, infinitamente solas, abandonadas (si se vieran en televisión, lucirían como hormigas). La película también enriquece la textura de la imagen; te atrae a ella, lo cual es crucial debido a los diálogos minimalistas.
El filme se basa en una campaña que comenzó a fines de mayo de 1940 en la ciudad portuaria de Dunkerque, Francia, donde unos 400.000 soldados aliados —entre ellos más de 200.000 miembros de la Fuerza Expedicionaria Británica, el ejército británico en Europa Occidental— quedaron bajo el asedio de los alemanes. Ante la captura y posible aniquilación de sus tropas, los británicos iniciaron un rescate aparentemente imposible. Con el nombre de Operación Dínamo, esta misión se ha ganado un estatus casi mítico en la historia británica y ha sido explorada en libros y en la pantalla; aparece en Mrs. Miniver, un melodrama hollywoodense de 1942 sobre el dolor y la perseverancia de los británicos durante los tiempos de guerra; su propósito fue alentar el apoyo estadounidense a los Aliados.
El cine bélico tiende a desarrollarse siguiendo líneas que le son familiares, incluyendo narrativas nacionalistas y melodramáticas como Mrs. Miniver. Dunkerque explora el momento de la batalla pero también es una historia de sufrimiento y supervivencia. Nolan evita en gran medida el contexto histórico más amplio (entre otras cosas, el motivo por el que luchan estos hombres se da por sentado), así como la planeación estratégica en el frente y en Londres, donde el nuevo primer ministro, Winston Churchill, enfrentaba la aterradora posibilidad de que disminuyeran las fuerzas militares. Se sabe de Churchill, de alguna manera, pero no sale en pantalla. En vez de eso, Nolan se enfoca en un grupo de hombres que se abren paso en la historia combatiendo y sintiendo pánico, en el mar, en el aire o en tierra firme.
A ratos íntima y aplastante, la película inicia con seis soldados que se alejan de la cámara en una calle escalofriante y desierta. Sus cuerpos se muestran de pies a cabeza, y unos edificios bajos los flanquean, de esos que lucen encantadores en las fotografías turísticas. Alrededor de los soldados vuelan pedazos de papel, cual hojas en el otoño. Algunos toman los papeles. Uno intenta beber agua de una manguera que hay por ahí; otro mete la mano en una ventana abierta y busca un cigarrillo. Otro más lee uno de los papeles, que tiene un mapa del área circundante lleno de flechas y advertencias ominosas en inglés. Después lo estruja, se quita el cinturón y empieza a ponerse en cuclillas.
Es un momento extrañamente gracioso y algo desconcertante… se trata de una situación evidentemente seria y estamos a punto de ver a un hombre defecar. No sabes si reír, pero antes de decidirlo, se oyen disparos y los soldados comienzan a correr; la cámara los sigue rápidamente. El lúgubre vacío de pronto se llena con los frenéticos sonidos de quienes escapan y el zumbido de las balas. Entonces los hombres comienzan a caer: uno, dos, tres, hasta que solo queda el que se había bajado el pantalón; después de saltar una reja, pronto llega a una playa donde miles de soldados están agrupados esperando. En silencio, absorbe la extraordinaria escena y luego se aleja a una duna para desabrocharse el cinturón de nuevo.
Casi ninguna palabra se ha pronunciado hasta este momento pero se ha expresado mucho: aislamiento, peligro, desesperación, miedo, alivio y necesidades corporales tan puras y extremas como los esfuerzos del soldado. A lo largo de este prólogo implícito, Nolan enfatiza los detalles concretos, y nos hace perfectamente conscientes de las complejas texturas —las heridas y la mugre incrustada en las manos de un hombre— y de cada sonido resonante: el goteo del agua, el ruido del papel, así como el zumbido mecánico y el agudo chasquido de los disparos de un rifle, que se convierten en golpes sordos cuando las balas atraviesan los cuerpos. Para cuando el soldado sobreviviente llega a la playa, ya estamos familiarizados con su respiración agitada, su ajetreo y su forma de correr, torpe y caótica.
No pasa mucho tiempo antes de que la escena cambie a otro puerto donde un adolescente británico, George (Barry Keoghan), está ayudando a un padre y su hijo (Mark Rylance y Tom Glynn-Carney) a descargar un pequeño yate que será usado en la misión de Dunkerque. En vez de eso, los tres zarpan para unirse a una flota de civiles —una armada enardecida de remolcadores, barcos de vapor, transbordadores, etcétera— que está atravesando el canal. Una tercera sección narrativa, asombrosa, pronto inicia en el aire donde tres aviones Spitfire británicos se enfrascan en una batalla contra aviones alemanes que se dirigen a Dunkerque; vuelan a través del vasto follaje y planean bajo las nubes mientras el sol resplandece y los ciega temporalmente.
El enfoque narrativo flexible de Nolan funciona de maravilla en Dunkerque, que oscila entre tres secciones; cada una sucede en distintas ubicaciones y diferentes intervalos. Los sucesos de la playa —llamada “espigón” debido al rompeolas que se usa como embarcadero— se desarrollan a lo largo de una semana. Los sucesos del mar ocurren en un día, mientras que las escenas aéreas transcurren durante una hora. Las locaciones y los periodos se anuncian en pantalla. Al principio, las líneas divisorias no siempre son obvias pues Nolan pasa de escenas durante el día en tierra firme a otras en el mar y en el aire, una ligera fusión del espacio y sobre todo del tiempo, que enfatiza la magnitud de una batalla que no parecía tener fin.
En cuanto Nolan comienza a pasar del día a la noche, los confines de los tres segmentos narrativos se definen casi por completo. Incluso conforme cada sección —con sus peligros y dramas individuales— se explora en detalle, Nolan permite que todas dialoguen de forma dinámica. A veces lo logra con marcados ecos visuales, como cuando un Spitfire derribado se llena de agua y el piloto se hunde mientras que en otra parte un soldado casi se ahoga (Tom Hardy interpreta al piloto más importante, mientras que un compasivo Jack Lowden tiene un papel secundario esencial). Hay un momento en el que Nolan entreteje los hilos narrativos de tal forma que crea una sensación de un terror envolvente que cala los huesos.
Dunkerque es una película basada en la Segunda Guerra Mundial; la historia se cuenta a través de los soldados, de sus vivencias, de sus experiencias cercanas a la muerte y sus cuerpos bajo asedio. Por lo general, los nombres son irrelevantes; en la playa —en el mar y el aire— lo que cuenta es el rango, la unidad y la habilidad para evitar de alguna manera las bombas que estallan. El énfasis de Nolan en la realidad visceral de Dunkerque deja muchas cosas implícitas; ni siquiera en un texto aclaratorio que aparece al inicio se identifica al enemigo como la Alemania nazi. Desde luego, los soldados saben exactamente contra quién pelean y quizá incluso por qué pero, en el campo, el enemigo es un desconocido que intenta asesinarlos.
El soldado que salta una reja y llega a la playa aparece en los créditos como Tommy (Fionn Whitehead), pero no recuerdo haber escuchado o leído su nombre. Simplemente pensé en él como “nuestro chico”, no tanto por su juventud, sino por la vulnerabilidad que se comunica a través de su figura delgada y su tangible actuación física, los gestos y movimientos grandes y pequeños: los ojos despiertos y llenos de pánico; los gestos nerviosos y abruptos; los hombros encorvados. En su momento, otros soldados se unen a Tommy para esperar, correr y ocultarse en la playa, los más importantes son interpretados por los talentosos Aneurin Barnard y Harry Styles (el cantante).
El énfasis implacable que Nolan pone en los soldados —y en la experiencia de la guerra en detrimento de las estrategias bélicas— desdibuja la historia aunque asombrosamente trae a la luz el presente y sus guerras. Dunkerque es un filme magistral, es arte y técnica cinematográficos, pero es una película que está inequívocamente al servicio de una historia sincera, sobria y profundamente moral que acorta la distancia entre las batallas de ayer y las de hoy. Nolan lo logra cinematográficamente con imágenes aplastantes e intimidad emocional, con escenas de guerra y sobrevivientes aterrados y apiñados que, junto con la banda sonora de Hans Zimmer, resuenan por todo el cuerpo.
Para cuando aquel avión está en llamas —y un joven mira con vista penetrante hacia el futuro— recordamos que la lucha contra el fascismo no ha terminado.
Tomado del New York Times