El mundo es como una ola que va y viene en las relaciones sociales e interpersonales. Cada ser interactúa en sus diversos medios socio económicos, religiosos, políticos, laborales, educativos etc. En la misma medida los afectos pueden llegar a ser tan tiernos como un oso panda o tan feroces como una elefanta en celo. Todos llegan de una u otra forma, pero pocos se quedan para sembrar una semilla de amor en tu ser. Cuando eso sucede llegan las relaciones más cercanas. La amistad, el noviazgo o simplemente seres que están a nuestro alrededor y vienen a generar otros sentimientos de admiración, solidaridad y cariño. En cada relación entregas un sentimiento de amor libre, espontáneo y desinteresado. ¡Lo contrario sería querer!!
Sin embargo, las relaciones emocionales traen consigo un sinnúmero de decepciones. El amigo que descubres que no era lo que tú creías, el que te utiliza para sacar provecho, el que traiciona tu confianza, el que te condiciona para aceptarte, el que se aleja cuando más lo necesitas, pero permanece cuando todo florece a tu alrededor. El que cree que estás supeditado a sus necesidades y caprichos, el que aparenta admirarte, pero tras de sí, esconde la máscara de la envidia y el recelo.
De igual manera sucede con las relaciones más personales llamadas parejas, del tipo que sean. Curiosamente la falta de autenticidad, hace que vivamos una doble faceta ante la persona que queremos para un propósito X, mostramos nuestra mejor actitud, sólo por conveniencia. Pero cuando caemos en las redes, todo sale a la luz y te das cuenta que fuiste atrapado como mosca en telaraña. Se confunde el amar con el querer. Pues se entra en un estado de posesión, control y siamesismo casi asfixiante, que termina por ahogar la relación, llegando en muchas ocasiones a culminarse o vivir en una completa resignación, que amarga y enajena los sentidos.
Así mismo sucede con las relaciones más impersonales, que se generan en nuestro entorno. Estas se manifiestan de forma innata a la sensibilidad de quien la entrega. Tiene que ver más con el reconocimiento y la solidaridad. Da sin esperar que se te devuelva en la misma magnitud, algunas simplemente se quedan expectantes a un retorno en cariño y agradecimiento, que no llega. Es como si de alguna manera estuviésemos obligados a dar amor sin esperar un retorno de cariño. Pues la ingratitud y el egoísmo son inherentes a los humanos.
La historia nos muestra lo difícil que es dar y recibir amor en libertad. La doble moral nos limita y nos llena de aberrantes ideologías que restringen, coartan, atan y retrasan el crecimiento, la libertad, la confianza, la igualdad y reducen las oportunidades de ser feliz y disfrutar ampliamente de la vida, como a cada quien le sea favorable. Tristemente convertimos el amor en una carga insoportable, porque no amamos. «Sólo queremos complacer nuestros propios caprichos» cuando vemos el amor en esta magnitud, la felicidad es inalcanzable.
Pero cuando la vida te da la oportunidad de tener a un ser que sabe amar y entregar en libertad, se desconcierta, limita y entorpece ante el proceso de apreciar su propia ignorancia y la perspectiva de una verdadera forma de amar. Frente a su contemplación del mundo en un mismo panorama, reacciona queriendo avasallar a quien te ama de forma coloquial.
Cuán enrevesado es entender, dar, sentir, ofrecer y expresar el verdadero sentido de amar. Cada día veo con tristeza y dolor la ingratitud, la incomprensión y la obstinación de los humanos para comprender que cuando se ama, no se posee, no se manipula, no se controla. Muy por el contrario, se respeta, se oxigena, se confía, se permite la felicidad individual, se comparte, se entrega. Pero por sobre todo se da libre albedrío.
El amar, te hace feliz, seguro y confiado. La autoestima prevalece.
El querer, te hace posesivo, egoísta, limitante. Llevando a los seres a perder su verdadero sentido de vida, esclavizando su esencia. Son seres inestables, dependientes y emocionales, que se esclavizan y amañan.