Muchas veces me pregunto ¿Cómo pasarán las personas asumiendo una constante en tiempos de pandemia, de ir y venir en un mismo lugar, como las olas del mar que se aproximan intimidantes?
Me he pasado la vida caminando en los mares turbios de diversas personas, desde la niñez a mis días. Estando como protagonista de un macabro guión que no pedí escribir. Pero sin duda alguna todos hemos pasado por situaciones complejas que nos afectan como si llegara un ciclón del cual debemos sostenernos fuerte y buscar caminos de amor, para poder aferrarnos y no dejarnos arrasar por el remolino que trata de dañar todo a su paso.
Donde logré sobrevivir sin dejarme enredar como mosca en telaraña por el odio, el resentimiento, el rencor, la envidia, la incomunicación y los hábitos inadecuados. Crecí aprendiendo a protegerme como oveja de la fiera que quería devorar su presa, sólo con verla pasiva y temerosa. Protegiendo al ser que me trajo al mundo de su débil carácter y gran generosidad, temerosa cual conejilla de indias. Aprendí a no tener miedo, a pesar de los maltratos, la desigualdad y la ignorancia. Aproveché lo que de uno u otro modo me entregaron. El disfrute de la niñez y la adolescencia, fue tan abundante como la carne que consume un elefante. Pero, aun así, focalicé todo mi entusiasmo en ser parte activa de todo lo que el colegio me ofrecía, buscando mi propio bienestar, canalizando mis emociones como aguas turbias que corren por las cañadas. Crecí esforzándome en tener un mejor mañana y pensando siempre en tener mi independencia y no compartir mi vida en pareja. Pero el destino me tenía otra jugada. Terminé en pareja con un leopardo que espera agazapado acechando a su víctima. Fue otra batalla que no quise perder, sentirme rodeada como presa a sorprender, me hizo llenarme de amor propio, cuidando de mi ser y entregando lo mejor de mí, sin esperar nada a cambio, como barrera de protección a mis emociones. No niego que hubo momentos de desesperación y angustia, pero recurrí al único ser que no me defraudaría nunca: el Dios del amor, quien me ha acompañado desde siempre, a quien entregué mis angustias, mis tristezas y pedí guiar mis caminos hasta no quedar más por hacer. Fortaleciendo mi ser y mi carácter asumí el ejercicio como parte fundamental de mi vida, para liberar todo sentimiento venenoso.
Hoy agradezco a su infinito amor, la fuerza del espíritu que me ayudó y me ayuda a continuar la batalla en un mundo perdido, por la falta del verdadero y sentido amor propio.
Hoy soy más feliz que ayer. Pero también entiendo más claramente lo difícil, que es sostenerse en el amor propio sin dejarse alienar por el mundo circundante.
He aprendido curiosamente algo, a quien más entregas amor, es quien más te daña. El dolor invade como cáncer a las células. Pero cuando das sin esperar duele, pero entiendes que lo que te pasa es porque, lo permites.
Cuando comprendes esto, te das cuenta que el único culpable, eres tú mismo, entonces la mirada cambia y de nuevo llega la luz a tu ser. El amor es libre, No condiciona.
El amor es como oro sólido, te derrite, pero no te debilita, por el contrario, cada día te hace más fuerte.
Siempre he tenido claro que el amor no tiene nada que ver con la estupidez.
Fortalecer nuestro carácter es una tarea permanente.