Este libro de Robin Sharma, fue el regalo que me hizo mi hija Alanna, que ahora vive en España, por el día del padre, de manera mágica llegó a mi casillero y empecé su lectura que me ha atrapado por diversos motivos, el primero y el que deseo tratar hoy, porque este libro merece muchas reflexiones, es la crítica a la manera como millones de personas se están relacionando con las nuevas tecnologías y prácticamente se han vuelto esclavas de las pantallas.
Voy en la página 150 y ya he subrayado once citas con las que me identifico totalmente, donde el autor hace críticas reales, nada exageradas, sobre la manera en la que mucha gente a sucumbido ante las pantallas. Mal haría al ponerme a hacer citas del libro y dar “adelantos” del mismo, no, voy a compartir un texto que escribí en 2017 a partir de la lectura de otro texto y en ese escrito doy mi punto de vista sobre el tema.
De Adán a Termineitor o mi encuentro con la Medicina Narrativa (Escritura creativa médica)
Desde que nos empezamos a avergonzar por nuestro parentesco con Adán y Eva, e incluso con nuestros primos hermanos, los micos, para anunciar orgullosos que hemos aparecido en este planeta a partir de una tuerca oxidada soplada por Termineitor, las cosas han cambiado peligrosamente en detrimento de la especie humana, especie que ahora celebra la obsolescencia programada, al punto de promoverla como característica inherente, tal vez célula primigenia o circuito vital, del nuevo individuo que está invadiendo este planeta como la más feroz y letal plaga de langosta, me refiero, claro está, a la “cosa agachadus”, si es que así se escribe o para hacerme entender, la “cosa agachada” que renunció a soñar y a mirar hacia el horizonte y hacia el mismo firmamento, para entregarse a la prótesis o extensión que ahora le otorga sentido a su existencia, perdón, corrijo, a su ciclo de duración sobre el planeta.
Por esa razón mi encuentro con el libro que recoge lo más representativo del Primer Coloquio Iberoamericano de Medicina Narrativa realizado en la ciudad de Cali en la Universidad Javeriana, en 2016 por su Facultad de Salud, me ha llenado de un optimismo extraño y una sensación de alivio al corroborar que no estoy solo, que no soy un orate que se estrella contra las paredes de un reino “perfecto” e irreal, al que se accede a cambio de un costo “irrisorio”, es decir, dejar de ser.
Voy un poco más allá de la mitad de este libro que me eligió la semana pasada (hoy es 19 de agosto de 2017), sí, me he expresado bien, pues sostengo que son los libros quienes eligen al lector a través de una mágica y poderosa trama urdida por duendes, hadas, o fuerzas invisibles e inalcanzables para nuestros limitados sentidos, y aún sin terminar, el libro ya me preñó de inquietudes, afirmaciones, dudas, risas, lágrimas… y todo aquello que me reafirma en mi condición de humano, pues es imposible ser ajeno, insensible o antipático, si se quiere (asumiendo la palabra como lo contrario a la empatía) frente a cada letra de este tejido a muchas manos, que va develando pistas, tal vez pinceladas, de esta obra inacabada que somos los seres humanos y de manera especial, hombres y mujeres que nos negamos a aceptar que nuestra esencia está compuesta por el óxido de la tuerca que marca el inicio de la neo, o postgénesis, que describe y explica al individuo de la especie antes descrita, como un amasijo de algoritmos donde no hay misterios y mucho menos nada, léase bien, nada sagrado, y todo es posible de ser construido, reconstruido y reemplazado, hasta que se vuelva inútil y forme parte de la escoria que ya está colapsando nuestra tierra, donde la línea entre “humano obsoleto” y chatarra, cada vez se hace más débil y difícil de distinguir.
Estas palabras son una foto, de las de antes, de aquellas que quedaban impresas para dejar perenne en el papel ese recuerdo imborrable, gracias al medio utilizado y a la posibilidad de fijar la imagen a la memoria y para siempre, sin pretender prescindir de la fiesta que ocurre en el cerebro y tal vez en todo nuestro ser, cada que algo conocido o “desconocido” llega para convertir en orgía lo existente y lo que ocurre, en el preciso momento en el que las neuronas, las dendritas, los neurotransmisores, las sinapsis… y todo ese misterioso cúmulo de elementos que logran transacciones misteriosas, nos permiten acceder al poderoso y sublime acto de crear, organizar y recordar un acontecimiento grato o ingrato que quedará impreso en nuestro ser sin necesidad de mediadores. Insisto en la evocación de la foto para expresar que estoy dejando un testimonio escrito de lo logrado por la alquimia, por esa revoltura de historias, lecturas, diálogos, silencios, encuentros, desencuentros, pasos… en fin, todo un acervo vital que al conjugarse con las expresiones transcendentales de los seres y personajes presentes en el libro del Coloquio, me reafirman la irrefutable sentencia de aquel filósofo que hablaba de un hombre y un río y en este caso me permite decir que nadie es igual al culminar la lectura de un libro, pues el río de palabras siempre será otro, al conjugarse con cada vivencia de ese hombre y ese hombre también será otro río, al intentar encontrarle sentido a cada gota de letra, que se deslizará caprichosa por los recovecos de su cerebro, su mente y sus entrañas.
Mi texto sigue, pero para lo que deseo expresar hasta allí es suficiente, el libro de Sharma hay que leerlo muy despacio, con resaltador y un café humeante que estremezca varios de nuestros sentidos, sentidos que poco a poco se van extinguiendo en medio del bombardeo de “información” que hace parte del cúmulo de distractores tan necesarios para lograr construir más “cosas agachadas” cuyo único propósito en su ciclo de duración es consumir, léase bien, consumir lo que sea y en el formato que sea, sin hacerse la más mínima pregunta, así esa tendencia o moda, que ya es el estilo de “vida” de miles de millones, los lleve a esa nube de la que no regresarán y al cielo de Termineitor que tanto han anhelado y en cuya búsqueda siguen arrasando al planeta Tierra.