Por Andrés Macías Samboni
El escritor ruso León Tolstoi (1828-1910) afirmó que,
“El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace”.
Analicemos en estas cortas líneas el impacto que tiene el pensamiento de Tolstoi a propósito de la felicidad.
Para iniciar, reflexionemos sobre un caso hipotético que nos pudiese ocurrir a cualesquiera de nosotros: ¿usted qué haría si le quedara un mes de vida debido a un cáncer terminal en alguno de sus órganos? Quizá muchas y diversas serían las respuestas, desde luego, pero coincidiríamos en una: ser felices. Esa sería mi primera respuesta, ser feliz haciendo lo que más me guste y disfrutarlo tanto que me sorprendiera la muerte en el acto. Suena bastante sugestivo mi argumento, no obstante, querer siempre lo que se hace involucra diferentes actividades que generan placer.
Cuando estamos niños, en la escuela, por ejemplo, una de las cuestiones que nos preguntan consiste en ¿qué queremos ser cuando estemos grandes? Por lo que se despliega un abanico de posibilidades: ingeniero, arquitecto, astronauta, bombero, -estas existían dentro de las alternativas tradicionales, porque los niños de ahora responderían: – TikToker, YouTuber, influencer, futbolista, modelo, entre otros. Pero casi nunca contestamos de manera contundente: ¡cuando esté grande quiero seguir siendo feliz!, digo -quiero seguir siendo- porque, en efecto lo fuimos sin darnos cuenta. Solo en la adultez somos conscientes de esa maravillosa etapa en que cualquier cosa “insignificante” nos hizo felices.
Por otro lado, en ocasiones vemos la felicidad como una meta por lograr. Entonces la atribuimos solo cuando un éxito o triunfo obtengamos en nuestras vidas. Así, por ejemplo, solemos pensar o decir: seré feliz cuando… tenga mi casa propia, …cuando termine mi carrera profesional, …cuando consiga trabajo, …cuando tenga mi hogar conformado, …cuando tenga un automóvil, …cuando viaje a conocer el mundo o cuando tenga dinero. Este último, siendo el mandamás, hace que desapercibamos las cosas sencillas y no descubramos el secreto de la felicidad, porque a propósito, ¿tú eres feliz con lo que haces? o, por el contrario, ¿haces siempre lo que quieres para ser feliz?
En un país como el nuestro, la dicotomía y juego de palabras que hace Tolstoi es complejo de asumir porque no todos son felices con lo que hacen. Aquí me distancio un poco, puesto que amo y soy feliz con lo que hago, fue mi opción estar al servicio de los demás, desde una de las profesiones más nobles y significativas, pero también “desagradecidas” como es ser maestro. Sin embargo, reconsidero mi postura teniendo en cuenta las dificultades que en el camino nos truncan la felicidad completa en nuestro quehacer. De suerte que no hay felicidad completa en ninguna labor.
Hacer siempre lo que se quiere para ser feliz parece un capricho infantil o adolescente y, según Tolstoi, ese no es el secreto de la felicidad. Querer siempre lo que se hace, a mi modo de ver es tener ganas de hacer las cosas, que valga la pena vivir, no perder el tiempo en banalidades; consiste en activar las acciones: viajar, conocer, comer, jugar, descansar, leer, cantar, bailar y amar. La felicidad está ligada al tiempo y por eso somos felices con las metas logradas, pero olvidamos cómo fue el proceso. Estamos pendientes del objetivo que sigue para ser felices, aunque el tiempo mejor invertido es saber con quién y cómo invertirlo; ahí está el secreto. Ahora bien, ¿estamos viviendo la vida que queremos?
Para terminar, Sonja Lyubomirsky (2008), una destacada investigadora, planteó que para ser felices el 50% depende de la genética, un 10% depende de las circunstancias que nos ocurran: dinero, salud, belleza o el lugar donde vivimos y un 40% depende de lo que podamos hacer activamente por ser felices, dentro de este último, agradecer y perdonar son temas claves, los cuales podemos entrenar para convertirlos en una fortaleza. Por ejemplo, un diario de gratitud para escribir lo bueno que ocurrió en el día, porque el impacto de lo negativo es tan fuerte que para compensar necesitamos resaltar mucho más lo positivo y sentirnos satisfechos con nuestra vida. Estamos acostumbrados más a quejarnos que agradecer lo que nos ocurre por insignificante que parezca. Y, de acuerdo con la psicóloga Mónica López (2014), es vital incorporar a nuestras vidas la felicidad, el bienestar y las relaciones saludables. La idea es valorar lo que tenemos en vez de fijarnos en lo que hace falta para ser felices. No sabemos el tiempo que nos queda para vivir, pero sí el camino que transitamos y cómo hacerlo más llevadero para ser felices.