Por Manuel Gómez Sabogal
Olga vivía sola desde hace un tiempo. Acababa de llegar a casa, luego de un arduo día de trabajo en la empresa. Cansada y con deseos de comer algo e ir a la cama lo antes posible.
No pudo ni revisar algunos documentos que tenía junto al computador. Los dejó para el día siguiente.
Comió algo, escuchó música, pero el sueño la venció.
Al rato, un sueño se hizo presente:
– Buenas tardes, ¿puedo seguir?
Era Ramiro, un gran amigo y quien se desaparecía por largo tiempo, volvía a aparecer y le encantaba verla.
– Sí, claro entra. Dame un abrazo
– Sííí…
Fue un largo abrazo de saludo, luego de tanto tiempo sin verse. Algo maravilloso, increíble. Como si hubieran pasado mil años sin saber uno del otro.
– Siéntate, por favor. Espera, voy a preparar un té para celebrar este encuentro.
– Vale.
Mientras tanto, Ramiro observaba alrededor y veía la limpieza de la casa, los cuadros bien puestos, las mesitas con arreglos en cada una. Detallaba la sala, el comedor.
– Veo que hiciste unos retratos espectaculares. Me encantaron.
– No exageres, Olga. Son normales, sencillos, simples.
– Para nada exagero. Lo que pasa es que no te gusta que te digan la verdad.
– Es más, tus dibujos sí son fantásticos. Merecen exhibirse pues están muy bellos.
– Voy por el té. Aquí viene mi madre. Te la presento.
– Mucho gusto, Ramiro.
– Lindo nombre. Me llamo Rosaura. Siéntese, por favor.
– Gracias.
– Tomemos el té, pues debo ir al centro a hacer algunas vueltas. Ramiro, ¿me puedes acompañar?
– Claro ni más faltaba. Me encantaría. Recuerda que debes exhibir tus dibujos. Están de mostrar.
– Bueno, algún día. No te preocupes.
Olga se acercó a su madre y dándole un beso en la frente, le dijo:
– Hasta luego, mami. Te cuidas.
Ramiro se despidió casi que saliendo de la casa:
– Hasta luego, señora, feliz tarde.
La señora contestó:
– Felicidades.
Salieron. Tomaron el bus, se sentaron juntos y se miraron como para recordarse que existían y se habían vuelto a ver. Fueron al centro de la ciudad.
Ramiro pensaba en los dibujos de Olga, pero no habían hablado de sus poemas, pues ella escribía poesía, también.
En el paradero de Unicentro, Olga se bajaría. Se tomaron de la mano por unos segundos y se despidieron. Ramiro se levantó para darle paso a Olga y que pudiera bajarse sin problema.
Olga se bajó y desde la acera lo saludó con el brazo extendido. Ramiro hizo lo mismo y se quedó mirándola alejarse y pensando…
Amaneció y Olga despertó creyendo que no había sido un sueño lo que había vivido esa noche.
¿Cuándo volverá ver a Ramiro?