Por Andrés Macías Samboni
El arte, en sus diferentes expresiones representa lo que mujeres y hombres sienten, piensan y hacen en la historia de sus vidas. El cine, por ejemplo, como lo hacen notar Wilson Astudillo y Carmen Mendinueta (2007), “representa una forma muy importante de transmisión de la cultura universal en los tiempos actuales. Nuestra sociedad se va formando e informando a través del cine y la televisión, películas de ficción, reportajes o documentales, que permiten otro tipo de acercamiento al complejo mundo del ser humano”. Con el internet y la tecnología, hoy en día es más fácil disfrutar del séptimo arte y, aunque no es lo mismo ver una película en las salas de cine (con las bondades de la pantalla y el sonido) que en la “comodidad” de la casa, pues los Smart TV y aplicaciones como Netflix, sí que nos facilitan con solo un click adentrarnos a un mundo paralelo o de ficción que nos conmueve hasta el llanto.
En función de lo planteado, hagamos un recorrido por “El último vagón”, una película mexicana que se estrenó el pasado 26 de mayo del corriente, basada en una novela con el mismo nombre, escrita por la española Ángeles Doñate (2019). Inspiración que se convirtió en “una oda a los profesores, comprometidos y con vocación, capaces de sacrificarse por la enseñanza y dejar huella en sus alumnos”. A modo de síntesis, la película muestra la vida de Ikal, el protagonista, un chico cuyo padre trabaja en la construcción y reparación de vías de tren. Debido a esto, la familia se ha mudado frecuentemente por todo México. Ikal se siente solo y frustrado por esta forma de vida y anhela tener amigos, algo que por fin cumplirá cuando llegue a una alejada región de México.
En su última mudanza, logra entablar amistad con otros niños de su edad y con Georgina, la profesora de su escuela. Sus clases ocurren en un vagón de tren abandonado. Georgina reconoce la importancia de brindar a los alumnos la educación necesaria con pasión para abrirles las puertas a una vida mejor, ya que muchos viven en condiciones precarias. El antagonista de la historia es Hugo Valenzuela, un trabajador de la Secretaría de Educación que se dedica a cerrar instituciones educativas rurales, supuestamente por un bien mayor.
En lo esencial, la película rinde homenaje a la pedagogía y a los maestros rurales, quienes muchas veces son subestimados debido a la precariedad del sistema educativo. Los personajes, en especial, Georgina, quien hace las veces de la maestra, encarnan la esencia de una complejidad real para cautivar la mirada y conmover a los expectantes. De suerte que, la trama contiene un mensaje político de forma implícita. Según los expertos: “Incluir un mensaje sociocultural en los proyectos cinematográficos es algo común en América Latina, pero también este puede entenderse en un contexto global”.
Gracias a este film, percibimos que la falta de inversión en el sistema educativo reduce la oportunidad en los jóvenes de cualquier país y disminuye la calidad de la educación en las escuelas. Pues con recursos limitados y ubicados en zonas remotas, cada vez es más difícil para los niños formarse como profesionales y acceder a una vida mejor. Así las cosas, sobra realizar una comparación con otra obra de ciencia ficción porque, la narrativa de la película parece una radiografía de la situación colombiana. Sin embargo, la película transmite un mensaje positivo y muestra cómo los niños logran superar obstáculos. A su vez, ellos descubren que las oportunidades existirán mientras haya vida. Finalmente, cabe resaltar la realidad compleja que muestra la película, con relación al papel que desempeñan los maestros en un entorno difícil, donde no se tiene más que su buena fe en el trabajo de educar a sus estudiantes frente al escaso apoyo del estado. Es ahí donde se pone en marcha el último vagón de la esperanza, protagonizado e inspirado por personas de buena voluntad que logran transformar con su quehacer y vocación, la vida de personitas cuyo único refugio, muchas veces, es la escuela.