
Desde el octavo piso, por Don Faber Bedoya
Cuando nos asomamos a la ventana de este piso tan alto de la existencia, todo se ve muy diferente. Se trata de mantenimiento más que de incremento. Aceptación sin beligerancia, sin valijas con remordimientos, o culpas. Se acabaron las disculpas, las excusas, la procrastinación. Fieles practicantes del aquí y el ahora. Orgullosos trabajadores de la mente, tenaces obreros productores de ideas, proyectos, propósitos, planes. Esbozos, esquemas, borradores. Y en este momento, convertidos en recuerdos.
Esa fábrica de pensamientos que nosotros tenemos, es infatigable, inagotable, sin contrato laboral, trabaja horas extras, no necesita espacio, ni tiempo, son intemporales. Su producto viene sin empaques, forma física, fecha de vencimiento. Resistentes a las altas temperaturas y al cambio climático. Están por todas partes, nos acompañan, hacen parte de nuestra vida. Se ha llegado a decir que donde están tus pensamientos esta tu energía. “eres lo que pienses”. Son determinantes.
El mundo de los pensamientos es cosa seria e incomprensible. Y lo que pensamos se refleja en el rostro, en los ojos. Muchas personas hablamos con los ojos. Hay algunos que no necesitan hablar, su lenguaje no verbal es tan diciente que dicen más con los gestos que con las palabras, o mejor, acompañan las palabras con expresiones faciales y gesticulares, que le dan especial sentido a lo que dicen.
Es un ejercicio transformador ver el rostro de las personas. En nuestro recorrido diario, del portal del Quindio al parque de los Fundadores, tenemos la oportunidad de practicarlo a plenitud, además de caminar. Algunos saludan sin conocernos, otros están absortos en su mundo interior. Al llegar al hospital hay abundante material para analizar y palpar diferentes expresiones de los sentimientos humanos.
Es un maremágnum de pensamientos y sentimientos encontrados. Y ahora tenemos que sumarle un buen numero de indigentes, pordioseros, habitantes de la calle, que lo miran a uno y después de pedir una limosna, “para comer algo, no me de dinero, regáleme un pan”, le dicen “Dios lo bendiga”, sin importar la respuesta. Qué significara para ellos esa bendita expresión y el mensaje si concuerda con su pensamiento.
Vemos, en nuestra calidad de peatones, rostros satisfechos, sonrientes, desafiantes, tristes, unos que traducen amargura, otros, indiferencia, muy serios, afanados, lentos, cansados, sin prisa, acelerados. Todo un surtido, para alegrar o entristecer al resto de los mortales. Y concluimos necesariamente que es reflejo de su vida interior, productos de su fábrica de pensamientos. Y como le parece amigo Roberto, que a pesar de tantos encuentros que hemos tenido en la vida, nuestra sensibilidad hacia los demás, se mantiene invicta y soporta el peso de los años. no les pasa sino la luz, como aquellas tejas. De verdad que provoca decirles que nos comenten las razones de su felicidad, o que comparta su dolor, que las penas conversadas son más llevaderas.
Porque también somos expertos en conversar, especialistas en escuchar, nos fascina oír historias, entre más inverosímiles, mejor. Bien enredadas, largas, cortas, con final feliz, o que nos dejan en suspenso. ”Póngale pausa que después seguimos”. Mi alma de escritor amateur, se nutre de esas charlas, hasta con quienes nos vemos todos los días, o con aquellos que, después de trabajar más de treinta años juntos, nunca nos sentamos a conversar y hoy que tenemos todo el tiempo para nosotros, pues nos desatrasamos.
Es mucho lo que se aprende en la calle. Quienes hemos hecho de ella nuestro gimnasio, leemos con ojos de buen cubero, los rostros y las expresiones de nuestros compañeros de caminada. Y estamos, otra vez, muy convencidos de que los “pensamientos que no se expresan son tesoros perdidos para la humanidad”. Hay necesidad, por lo tanto, de intercambiar experiencias, con nuestros contemporáneos, o todavía mejor, con jóvenes. Tenemos que hacerle muchos quites a ese temible “alemán”.
Para nosotros los pasados en años, la memoria es muy importante, puede significar la diferencia entre el bienestar y la presencia de síntomas alarmantes. Y empieza con olvidos insignificantes, que por lo general provocan hilaridad, risas. Las pasamos por alto, y siempre la edad es la culpable, como la vaca. Entonces se vuelven callados, pensativos. Llenos de recuerdos de un ayer que nos ufanamos de repetir una y otra vez, disfrazados de relatos, crónicas costumbristas. Es decir, más de lo mismo, “lo mismo que antes” como decía Jaime Garzón.
Ya entre nosotros hay un compañero, que, en las reuniones, se preocupa por ayudarnos a desocupar nuestro archivo de hechos pasados, y a nutrir la memoria con acontecimientos recientes, del día, a lo máximo de la semana pasada. A pensar menos y a hablar más, y todavía mejor, a actuar. Porque, dice el, es muy triste cuando oímos decir, “yo quería decir eso, pero no sé qué me pasó, soy muy lento”. De seguro que todo se refleja en el rostro, a la mejor cada arruga, o cada cana, significan aquello que se quedó en el mundo de los pensamientos y nunca se expresó y menos se convirtió en acciones.
Cómo estamos vestidos hoy, qué almorzamos ayer, a donde fuimos el fin de semana pasado, qué leímos, que programa de televisión estamos viendo, o películas, las noticias del día. Ese debe de ser el menú de recuerdos almacenados y pulsar la tecla “borrar, suprimir”, a tantos datos que ya no funcionan, no aplican, están desactualizados, fuera de contexto, out. De seguro que empezamos a rejuvenecer el rostro. y a enfrentar el nuevo año, con algo diferente y reciente, en nuestro diario vivir.