Manuel Gómez Sabogal
Esta imagen lo dice todo. Da la impresión que refleja una realidad que está ocurriendo, pero no debe ser así.
Aunque en muchos casos, no hay familia, porque los padres se separaron o solo la madre ve por sus hijos, los mima, trabaja por ellos, se esfuerza, los matricula para que estudien, no debemos dejar de pensar en la palabra familia.
Allí, en ese núcleo, empieza la verdadera educación. Abrazos, caricias, besos, formación de valores como el respeto a los padres, hermanos, amigos, compañeros; tolerancia ante situaciones que se presenten; responsabilidad en los estudios, trabajo, tareas; solidaridad ante las situaciones difíciles de los demás; honestidad, palabra que parece olvidada por muchos, pero que los niños y jóvenes deben tener desde el hogar.
Los jóvenes poco o nada «importan» a muchos padres. Porque esos padres creen que los hijos los deben entender y es, al contrario. Muchos padres no escuchan a los jóvenes, no saben sus problemas, no conocen sus deseos, su color preferido, su música, no se interesan en ellos.
Encerrados en sus habitaciones, los padres les tienen computador, televisor y todos los aparatos necesarios para que se queden ahí, para que no molesten, para que estén allí y se comuniquen por todos los medios a su alcance con familiares y amigos.
Además, en muchos “hogares” ya solo se busca llenar todo con lo material. Lo espiritual no existe desde hace algunos años. Las cosas son las que importan y hacen mejor la vida en esas familias.
Así, llegarán los jóvenes a la escuela, ese segundo hogar que los espera para que aprendan, practiquen y sean mejores.
En escuelas, colegios y universidades, lo espiritual no existe. Se diluyó la parte espiritual, también y es una razón para que nada más importe, sino las calificaciones y lo intrascendente.
La parte espiritual sí influye en la educación, aunque muchos no lo crean. Falta algo muy importante en hogares, escuelas, colegios y universidades, porque el dios celular domina todo ahora…
En días pasados, dos rectores llamaron la atención por sus descabelladas ideas.
Se volvió tendencia Olga Narváez, rectora de una institución educativa en Rivera, Huila. “¡Si no les gusta, busquen otro colegio!”, fue la frase que utilizó para prohibir el uso de celulares, piercings y cabellos teñidos y hasta noviazgos.
“Hay un uso inadecuado (del celular), mucha distracción y desconcentración en los estudiantes”.
Los docentes pueden ayudar a que los alumnos utilicen muy bien esta herramienta, incluso en sus sesiones o para investigación.
“Si un padre de familia llega a comprobar que su hija en unos meses sale embarazada, soy responsable de eso”.
En lugar de pensar así debería implementar la educación sexual en el colegio y debe hacerse sin temor alguno.
“Nunca he dicho que una persona con un piercing en su cuerpo no sea buena para la sociedad”.
Sin embargo, parece que a la señora, los jóvenes de hoy no pueden ser diferentes a nosotros, quienes ya pasamos por esa época.
“Los valores los entiendo desde el punto de vista religioso”, dijo la rectora.
Los valores deben entenderse desde el punto de vista de cada persona, de la vida, del momento, del siglo actual.
Luego, me di cuenta que el rector del Liceo Andino de Filandia, había prohibido la entrada al colegio a estudiantes con cabello largo o con cortes que cree, no son los adecuados.
El cabello no debe incidir en la educación. El corte de cabello no guarda ninguna relación con la disciplina escolar ni tiene injerencia en los fines de la educación. Las niñas tienden a teñirse el cabello y eso es propio de las mujeres. La educación es más que el cabello teñido, corto o largo.
Convivencia, tolerancia y mucho más me llevan a pensar en que los jóvenes no están siendo escuchados. No hay diálogo en el hogar o en el colegio.
Los padres de familia son responsables de educar a los hijos en el hogar. Van al colegio a continuar con la educación, pero vienen del hogar con unos valores.
Si rectores, docentes, padres de familia, estudiantes se reunieran y cambiaran los esquemas aburridos que, en muchos casos manejan en las instituciones y adecuaran los manuales de convivencia al siglo XXI, estoy seguro que todo sería mejor.
El problema es que muchos manuales de convivencia no fueron elaborados para pensar en niños y jóvenes del futuro, sino por personas del pasado que nunca pensaron en el futuro.
Si hubiese una estrecha relación entre padres, docentes y estudiantes, todo sería diferente.
«La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros».
Sócrates
No he creído en esa frase. Los niños y los jóvenes no son los culpables. Mi experiencia con los jóvenes no se ajusta a esta imagen que la sociedad se ha empeñado en transmitir de ellos. Son una generación formada, preparada, con valores y que, obviamente, no es perfecta, como no lo somos ninguno de nosotros, pero que está marcada porque la excepción se haya convertido en la imagen para todos.
Los he visto como una generación dispuesta a aceptar nuevos retos y a hacer frente a los cambios. Una generación voluntariosa y comprometida, con un potencial increíble que desarrollar y unas ganas locas de hacerlo.
Los niños y jóvenes de hoy son maravillosos. Tienen grandes ideas, estudian, analizan, investigan.
Todo cambia constantemente, avanza y evoluciona. No podemos quedarnos en lo que fuimos nosotros.Los jóvenes están aburridos de que se les señale como culpables de lo que pasa.
“Es que los jóvenes de hoy…” “Es que en mi época…”. “Es que se perdieron los valores…”. No, no es eso. Ni son los jóvenes de hoy, ni se perdieron los valores, ni es la época. Somos nosotros, quienes no escuchamos a los jóvenes y no sabemos qué nos quieren decir. Yo solo sé que los niños y los jóvenes sí importan…