Por Manuel Gómez Sabogal
Hay quienes son nombrados en un cargo y acostumbran aprovecharse de los empleados. Aprovechan que están bajo su mando para manipular y figurar. Manipular, porque todo el trabajo se recarga en los empleados, se les exige y deben terminarlo en tiempo fijo y sin falla alguna. Figurar, porque quienes medio revisan el trabajo, son aquellos que figuran al presentarlo. No importa si lo han corregido o leído. Son exigentes con los demás, pero mediocres en su puesto. Algunos creen que son protagonistas del cambio o la renovación, pero no se dan cuenta que hasta allí llega su labor. ¡No dan más!
Muchos empleados son temerosos. No desean perder su puesto, pues consideran que dependen del mismo. No quieren arriesgar su estabilidad o su contrato. Prefieren callar, aguantarse, no decir lo que sienten o piensan. Quedan en silencio ante la injusticia, aunque quisieran expresar los que piensan. Sus jefes son así y tienen el poder, la capacidad de decir sí o no, falso o verdadero, blanco o negro. Jamás han creído en la capacidad de los subalternos. Jamás han dado oportunidades y no las brindarán nunca, porque creen que los empleados no pueden tener ideas, creatividad, expresión alguna. Sólo deben hacer lo que se les indica, sin derecho a preguntar acerca del más mínimo detalle.
Hay quienes son nombrados como jefes, pero no saben serlo. No tienen idea acerca de cómo administrar. Con el escritorio al frente, ya son “doctores”. Aunque no hayan leído siquiera las funciones inherentes a su cargo, se las inventan. Lo primero es demostrar a sus empleados que ellos son los jefes. Lo que ordenan, ¡se cumple!
Hay quienes no hablan con sus empleados. Prefieren escribirles, no una carta de felicitación por una labor bien desarrollada, sino una nota en la cual les señalan sus faltas a las funciones según el manual.
Los empleados laboran, esperan y tienen la confianza suficiente para creer que alguien llegará para descubrir a esos jefes que no son jefes sino mediocres disfrazados de “doctores”. Son tolerantes, sin despertar del letargo en que los sume el trabajo y agachan la cabeza ante la prepotencia y petulancia de esos jefes.
Otros quisieran actuar ya y cambiar esa actitud. Empezar a luchar para que se acaben esos jefes necesitados de un curso de relaciones humanas para que entiendan que sus empleados son personas, seres humanos que están en la empresa para formar un equipo de trabajo y la excelencia de la misma.
Cuando uno no se siente bien en el trabajo, cuando el trabajo no se convierte en una verdadera diversión a la cual se le saca gusto y no quisiera que el tiempo pasara rápido, sino que se siente como si fuera una esclavitud, cuando se ve en el jefe a alguien que no es amable y que trata mal a sus empleados, así no haya más trabajo, se debe tomar una decisión: dejar la empresa.
“Lo que más irrita a los tiranos es la imposibilidad de ponerle grillos al pensamiento de los subordinados”
Paul Valery