Una de las fantasías de miles de millones de personas es ser “influyentes” y por supuesto, “reconocidas”. Y yo me pregunto ¿influir en qué, para qué, por qué? Y cuando veo a tanta gente de manera desesperada por las redes sociales transmitiendo, por ejemplo, mensajes de alegría y optimismo, como parte de una estrategia para venderse como marca personal, me entra una gran desconfianza en toda esa comedia o farsa que se monta alrededor de ciertos temas, que deben ser enarbolados, si se quiere tener “éxito” y ser un “ganador”.
Influir y ser reconocido en la sociedad que ha creado, amamantado y perpetuado al capitalismo salvaje, sustentado en cimientos tan perversos como la obsolescencia programada, me parece una vergüenza, un despropósito, es como aspirar a ser el rey, pero en el reino de la caca.
La fama y la notoriedad en ese reino ¿a qué clase de persona le interesa? A mí no.
Por eso me reprocho mis incongruencias al jugar a hacerme el “notable” en ciertos aspectos, cuando ya sé que el anonimato es una posibilidad digna en medio de esa fantasía maldita que pretende encandilarlo todo.
Encandilar es sinónimo de deslumbrar, seducir… cegar, en este caso, con una clara intención previa, borrar todo rastro de individualidad para construir un elemento algorisable, no sé si esté bien escrito o si he creado una nueva palabra, una nueva forma de nombrar y describir al individuo, cuyo valor o incluso razón para existir, se sustenta en la posibilidad de volverlo predecible, para poder venderle cualquier porquería inútil o manipularlo a favor de algún poder oscuro y vil.
¿Cómo replegarme, enconcharme, diluirme y absorber mi propia esencia para no pervertirla en la pasarela fantástica? ¿Cómo hacer mi humilde aporte al tejido de una sociedad equitativa, creativa, libre… dejando un rastro igual a la pisada de un gato sobre un tejado, en medio de una noche silenciosa? ¿Tiene sentido intentar hacer algo, o es el momento de recoger mi campamento e irme a danzarle a la luna, sintiendo en mi cuerpo y mi ser, la melodía de algún río mágico, en un lugar secreto e innombrable?
La trampa de las distracciones está servida, tu atención y la mía son presas que la bestia acecha ¿qué hacer para estar alertas y no caer en la emboscada? Tal vez un buen inicio es preguntarnos ¿qué tan influyentes y notables queremos ser, en dónde y para qué?
Y mientras tanto, en el reino aquel, descrito al inicio de este texto, la fiesta cotidiana continúa, el baile de la inconsciencia es parte del paisaje y la farsa se alimenta con la luz fugaz de pequeñas estrellitas efímeras e intrascendentes, que retornarán a su génesis en esa nube invisible, tal vez nebulosa maligna y purulenta, donde el grito ahogado en las gargantas oprimidas que renunciaron a ser, con la ilusión de convertirse en las estrellitas fugaces reinas de una noche, mientras tanto y en este instante, ese reino nefasto, lanza su pirotecnia habitual para seducir a miles de millones de almas grises que avanzan, sin saberlo, al encuentro con las olas que borrarán sus huellas para siempre, pues la playa o nube, es lo mismo, donde soñaban estar caminando, nunca existió.