Por Manuel Gómez Sabogal


Desde cuando era pequeña, la he visto dibujar. Y recuerdo anécdotas con ella. La primera, en casa, pues hacía las tareas, comía y luego, buscaba papel y lápiz para ponerse a dibujar.

Cuando regresaba del colegio donde estudiaba primero de primaria, se sentaba a dibujar, a recordar qué fue los que escuchó. Lo vivía, lo dibujaba y lo presumía como ella lo quería.

–           ¿Por qué dibujas tanto? – le pregunto

–           Abuelo, porque en el colegio me dijeron que dibujara lo que viera. Y estuve viendo la naturaleza, los niños, el patio, los animalitos, los pájaros…

–           ¿Vas a dibujar todo eso?

–           Pues claro. Aquí caben todos en esta hoja. Los hago pequeños y todos quedan bien.

–           ¿Qué harás primero?

–           El cielo, la tierra, el pasto, las vacas, las gallinas….

–           ¿Y las casas?

–           No, todavía no. Las casas están lejos

–           ¿Y la gente?

–           Abuelo, apenas voy a empezar. ¿Puedes esperar a que yo piense?

Y me retiré. Con esa pregunta, mejor me fui a leer el periódico

La segunda anécdota, cuando fuimos a Unicentro y allí había niños pintando. Los centros comerciales tienen de todo. Es más, aun lo que no necesitemos lo compramos. Isabella no se antojaba sino de entrar a los 245 locales de cada uno de ellos, a mirar, preguntar y salir.

Ese día, mientras yo entraba a un almacén, la dejé allí con los niños.

Ese fin de semana, quiso jugar, correr, sentarse, buscar niños de su edad para sentarse a compartir con ellos y a conversar acerca de sus inquietudes. Cumpliría 8 años el 14 de mayo de 2013.

De pronto, como por arte de magia, vio los juegos y allí entramos. Jugó como nunca. Entró a todos y sacó las fichas para reclamar premios. Jugamos un rato donde a ella tanto le gusta.

Al salir, encontramos que estaban los cuadros para pintar. Se detuvo y eligió uno. Pidió lo necesario, se sentó y empezó a pintar.

Estuve un poco distante para que se concentrara y no tuviera problemas con su obra de arte. Antes de terminar, me arrimé, me senté a su lado y miré una pintura con bellos colores. De pronto, le dije: “te saliste de la línea”

Me miró y sin sorprenderse mucho, me contestó: “Da Vinci también cometía errores” y sin inmutarse, continuó pintando.

Hoy, es diferente, pero sigue dibujando, pintando, mezclando. Después de un largo tiempo, sigue haciendo sus diferentes bocetos.

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Por De todo un Poco

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