Por Manuel Gómez Sabogal
La vida es bella y para ella, mucho más. La conocí en la Universidad del Quindío, estudiaba Química y jugaba baloncesto. Era joven y muy bonita. Tanto que participó como candidata a reina en Calarcá, ciudad donde siempre ha vivido.
Además de ser docente, tejía, pintaba y hacía dibujos. Tenía unas manos prodigiosas y delicados trazos en todo lo que pintaba o dibujaba. No alcanzamos a mostrar sus pinturas en exposiciones, pues ya quedaba difícil. Sin embargo, muchos testigos quedan de toda su bella labor.
Los alumnos y profesores la han querido siempre por su forma de ser, por su espíritu y por su inquebrantable optimismo para todo. Sus amistades siempre la recuerdan y cada año, por su cumpleaños, el día de San José, se reúnen con ella, cantan, comen torta y festejan la vida. Entre sus amigas, recuerdo a Dalila Roa, Gloria Chingaté, Amanda Cuellar. Hay más, quienes la aman, no solo la quieren.
No le conozco momentos de decaimiento o depresión. Al contrario, su ánimo contagia a los demás y es un ejemplo a seguir siempre. Es alguien que da ánimo, ayuda y muestra que la vida es bella. Es alguien que te da confianza e ilumina tu camino, aunque no te vea.
Fue docente durante varios años en el colegio de las hermanas Bethlemitas en Armenia. En Calarcá, laboró también en el colegio Antonio Nariño. Allí estuvo varios años, hasta cuando fue jubilada, pero no por edad, ni por vejez, sino por enfermedad.
La enfermedad más extraña del mundo, desde 1983. Diagnosticaron primero que tenía el síndrome Guillain Barré, que un virus y muchos dictámenes médicos más. Aún hoy, no saben qué pasó con ella. Afortunadamente, esa enfermedad no acaba con su espíritu. A pesar de quedar en silla de ruedas, en cama, de pasar a ser dependiente para todo, no se rinde. Acude a terapias, médicos, enfermeras, medicina y nada, pero eso no la arredra
Mantiene su sonrisa y su fe en Dios nadie se la quita. Es la que anima al más triste y desesperado en la vida. Porque su fe en Dios y esa tranquilidad de alma la mantienen siempre fuerte.
Para completar, en 1990, quedó ciega. Dejó de ver el mundo, los colores, las personas, los amigos. Dejó de tejer, pintar y dibujar. Hoy, brilla con luz propia y alimenta el espíritu de los demás, gracias a su fe, paciencia, perseverancia, tranquilidad y paz en su alma.
Recuerdo que, con su hermano Diego, me envió el último cuadro que hizo antes de quedar ciega. Lo conservo entre lo más preciado
Siempre se muestra tranquila y segura de la amabilidad de la vida, segura de la alegría de la vida. Siempre, contagiando el mundo de fe, esperanza y mucho amor. Ella, a pesar de todo, no cambia, no se amilana, ni permite que nada o nadie le quite esa sonrisa y esa alegría de vivir.
En un año y en menos de dos meses, en 2012, murieron sus padres. Siguió adelante, aunque tenía el corazón roto por esos dolores. Siguió viviendo allí con una de sus tías. Visitada por sus amigos y con la cercanía de sus hermanos.
Antes, vivía con sus tías en una casa grande, la cual fue vendida. Ahora, vive con su hermana, quien también fue docente y ahora jubilada. Ella la cuida y está al tanto de lo que necesite.
Sé que Luz Marina jamás se pregunta: “¿Por qué a mí?”. Su superación la mantiene con una fuerza increíble y es quien me ayuda, aunque no lo crea y sin darse cuenta, cuando estoy roto, cuando me siento acorralado, perdido o me deprimo. Es en quien pienso para salir adelante con toda la fuerza del mundo. Gracias a su actitud, procuro que esa sea mi actitud…siempre positivo.
Sus amigos Anita y Octavio están siempre ahí. Anita es una sicóloga, también muy inteligente e interesante, al igual que Octavio. Los tres se entienden, se complementan y se ríen de la vida, porque para ellos, la vida es un goce constante, así como lo dice Celia Cruz: La vida es un carnaval.
Luz Marina, Anita y Octavio forman una trilogía perfecta. Son muy amigos, pero no se pueden ver…
Los tres nos miran con los ojos del alma…