
Por Manuel Gómez Sabogal
Cali en una tarde de verano. El sol quemaba y el calor era insoportable. Ramiro estaba en casa solo y decidió llamar a Roberto a ver si se veían. Este contestó sin problema:
– Hola
– Habla Ramiro. ¿Qué haces?
– Nada. Aquí en casa.
– Salgamos, vamos al bar y nos tomamos unas cervezas para este fuerte calor.
– Vale. A las 3, nos vemos en el bar.
A las 3, muy puntuales, llegaron al bar. Buscaron un buen lugar, cerca a un ventilador y se sentaron a una mesa. La mesera llegó:
– Buenas tardes. ¿Qué desean tomar?
– Empecemos con dos cervezas bien frías, por favor.
– Con gusto. Ya las traigo. ¿Algo más?
– Por ahora, no , gracias. Más tarde, de pronto.
– Aquí tienen. Con mucho gusto.
Charla va, charla viene, cerveza va, cerveza viene. Como a las dos horas, Roberto le dijo a Ramiro:
– Ya vengo. Voy al baño.
– Fresco.
En ese instante, un hombre con sombrero negro, camisa negra, pantalón negro y zapatos negros, llegó a la mesa donde estaba Ramiro y se sentó.
– Buenas. ¿Se le ofrece algo?
– Solo quería verlo, Ramiro. Saludarlo y decirle que mañana a esta hora, vengo por usted.
– ¿Y usted quién es?
– Tranquilo. La muerte. Solo quería avisarle. Nos vemos mañana a las 5. Y se fue.
Roberto llegó del baño.
– Ufff. ¡Qué descanso!
Ramiro nada dijo. Solo lo miró.
– ¿Nos tomamos otra? Preguntó Roberto.
– No, paso. Respondió Ramiro.
– ¿Y eso? ¿Te pasa algo? Te noto pálido y raro.
– Nada. Tranquilo
Ramiro llamó a la mesera:
– La cuenta, por favor.
– ¿Se aburrieron tan rápido?
– No, no es eso. El deber llama. Dijo Ramiro.
Pagó la cuenta y salieron del bar. Se despidieron con un apretón de manos, pero a Roberto se le hizo extraño, porque siempre se abrazaban al saludarse y despedirse. Sin embargo, no prestó atención a eso y cada cual siguió su camino.
Como a las 8 de la noche, sonó el teléfono de Roberto. Era Ramiro.
– Hola, viejo, nos vemos . Salgo para Bogotá esta noche. Viajo en el avión de las 10.
– ¿Y eso? ¿Pasó algo? Preguntó Roberto extrañado.
– Me llamaron. Se presentó un negocio importante y debo estar en una reunión a las 8 de la mañana en el centro internacional en Bogotá.
– Pero, ¿No es muy extraño que te llamen tan tarde? Preguntó Roberto
– No, para nada. Feliz noche y nos vemos.
Se despidieron y Ramiro preparó una maleta pequeña con una camisa, ropa interior, toalla, elementos de aseo. Pidió un taxi y mientras iba hacia el aeropuerto pensaba “La muerte no me asusta. A mi no me enreda. A las 5 viene por mi. Que venga. Se fregó porque no me va a encontrar”.
Ramiro llegó a Bogotá. Tomó un taxi al hotel y llegó a descansar. Al día siguiente, se levantó tarde, desayunó, fue a la piscina y pasó la mañana descansando.
Luego, almorzó, hizo la siesta y se levantó para salir a caminar. Entró a un centro comercial, encontró una cafetería y se sentó a tomar café, solo.
A las cinco, llegó un hombre con sombrero negro, camisa negra, pantalón negro y zapatos negros. La muerte.
– Gracias por venir. Aquí es la cita. Es hora de irnos…