
Desde el octavo piso, por don Faber Bedoya
La educación que nosotros recibimos desde pequeños era lineal, rígida, programada. Con patrones estrictos, se llegaba a decir, “los educo como me educaron a mí”, y eso era verdad, se podía comprobar, porque a nosotros los menores, además de heredar la ropa de los grandes, también nos servían los cuadernos y libros de los mayores.
No solo en primaria, también en secundaria. Recuerdo cuando estábamos en quinto de bachillerato, para esta época de Semana Santa, don Rubén Darío el profesor de Química, ponía de tarea hacer las sales que producían los ácidos. Se gastaba un cuaderno de treinta hojas, dos lapiceros, y mínimo tres días de trabajo. pero como siempre era lo mismo, nuestro compañero Edgar Martínez de sexto, nos vendió todo el trabajo, le cambiábamos la carátula, y algunas pocas hojas donde el profesor, o algún ayudante, ponía un “chulo”, para significar que si lo había revisado.
Y así era con todas las materias, cada una tenía un texto, algunas ocasiones se los comprábamos a los compañeros de grados superiores, pero la mayoría de las veces lo adquiríamos, nuevo. Los libros eran modelo 60, o anteriores, había materias que el texto lo tenía solo el profesor, hasta que algún alumno lo descubría y se le acababa la “ciencia” al maestro. Sin embargo, había materias que nos motivaban la creatividad, como el dibujo con don Israel Bernal, la Educación Física con don Fanel Villareal, la Filosofía con don Libardo Ramírez, la Religión con el sacerdote Ariel Tobon, la Geografía con don Fabio Jaramillo de Calarcá, el Inglés con don Salvador Montes, la Anatomía con don Guillermo Echeverry y hay muchos más que se me olvidan.
Para mí, la Química con don Rubén Darío fue muy interesante, me exoneraron de los exámenes finales en quinto y sexto por mis excelentes notas, me llegué a aprender la tabla periódica de elementos, con sus símbolos. Esto ahora solo es utilizado en los crucigramas.
Sin embargo, al lado de esas agradables materias había unas que nunca en mi vida de educador, supe para que servían, más que para ayudar a perder el año. El Álgebra, de Baldor, para más señas, el profesor hacía los tres primeros problemas, que eran los fáciles y nos dejaba de tarea, el resto que eran los difíciles. Pero de verdad nosotros en el Rufino J. Cuervo en el año 1958, tuvimos un excelente profesor, recuerdo se llamaba Hernando, y después en la vida me lo encontré como Ingeniero Civil muy destacado. Porque en ese entonces, los profesores no duraban mucho en el ejercicio docente, había otras profesiones mas atractivas.
O la Trigonometría, el Análisis Matemático, o el Cálculo, materias que nos las dictaban maestros egresados de la normal de Manizales quienes nunca habían visto esas materias, pero ellos con su osadía pedagógica, asumieron el reto de enseñarlas. Como la Física, que se veía en quinto y sexto, nos la dictaba don Dagoberto, otro normalista, era una materia tan agradable, objetiva, clara, que solo se necesitaba saber leer para ganarla. Se trataba de entender los fenómenos fiscos que nos rodean, era fácil, y el profesor por más que se complicaba, había compañeros que nos ayudaban a entenderla. Como Henry, el célebre “papita”, que se quedaba en los recreos explicándonos los temas, ese compañero no tomaba apuntes, solo atendía y respondía muy bien. Era excelente estudiante y mejor compañero.
El mundo estudiantil estaba polarizado, como se dice hoy, en dos corrientes muy definidas, a los que le gustaban y eran buenos en matemáticas y los que ni nos gustaban ni éramos buenos en esas materias. Pero nunca llamamos a movilizaciones ni desacatos a las calificaciones de los profesores. Teníamos que aceptar y perdieron el año, en especial tercero y quinto, 8 y 10 de hoy, muchos estudiantes solo llegaron hasta esos años. Personalmente nunca encontré, ni las busqué, explicaciones a cómo gané esas asignaturas.
Es necesario enmarcar y destacar con letras de molde, la importancia e influencia que tenía la Religión en nuestra educación y formación. Nuestro padrino de bautismo, confirmación, primera comunión, y matrimonio fue el padre Astete, no la biblia. Esta la conocimos muy tarde, “quien la lee se enloquece, o es solo para los curas”, era lo que nos decían. Y conste que esta obra fue publicada por el sacerdote jesuita Gaspar Astete, en el siglo XVI. Nos enseñaban Religión, Historia Sagrada, Apologética, Ética y Moral y en la Universidad Deontología. Y esta enseñanza si merece un capítulo aparte.
Estudiar en el seminario siempre fue una opción de vida, y contaba con un buen agente promotor, que era don Leónidas Benjumea, famoso por su Volkswagen, modelo 57, en perfecto estado.
Pero subrayemos nuestra misión, razón de vivir es aprender, a caminar, comer, coger los cubiertos, leer, escribir, las cuatro operaciones, a respetar, conversar, sobre todo guardar silencio, “no se meta en las conversaciones de los mayores”, a escuchar, y la verdad es que hoy cuando empezamos a cerrar el cuaderno de la vida, seguimos aprendiendo, nos da muy duro. En nosotros, se cumple aquello de que “la letra con sangre entra”, porque eh ave maría, si nos ha costado golpes aprender muchas cosas de la existencia, hemos pagado precios muy altos por aprendizajes que nos marcaron. Será que nos van a acompañar al más allá, sin superarlos y lo que es más diciente, solo lo sabe Dios.