“Ser empático es ver el mundo a través de los ojos del otro y no ver nuestro mundo reflejado en sus ojos.“
-Carl Rogers-
Mucho hemos oído hablar de este tema, pero tal vez, poco sabemos en realidad sobre la empatía, un concepto bastante complejo que podemos definir como la capacidad que tenemos los seres humanos de centrarnos en los demás, de comprender y entender al otro en todo su esplendor.
La empatía, que se considera un atributo único, se presenta en una triada perfecta como característica fundamental de quienes tienen esta habilidad consolidada. Esta triada, tal y como lo plantea Daniel Goleman, nos habla de la empatía emocional como la capacidad de sentir lo que el otro siente; la empatía cognitiva como la capacidad de entender la perspectiva de otro, y el interés empático, como la capacidad de ver lo que otro necesita de ti.
Es desde este concepto que podemos entonces comprender lo complejo de esta habilidad y lo necesario que se hace desarrollarla y entrenarla… sí, entrenarla, pues es posible trabajar en ella para construirla y potencializarla, ya que, siendo la base de las relaciones interpersonales sanas, las respuestas desacertadas o violentas no sólo afectan la lealtad y la confianza de ese otro, sino también inhiben la creatividad, incrementando el nivel de estrés.
Pero y entonces, ¿cómo podemos entrenarla? Seguramente es la pregunta que te estás haciendo en este momento, así que aquí voy a dejarte algunas formas que plantea Emma Seppala, Directora de Ciencia del Centro de Compasión e Investigación de Altruismo y Educación de Stanford University, de hacerlo mientras fomentas la comunicación y la compasión:
1. Para un momento a pensar
Toma distancia, concédete un tiempo para reflexionar y regula tus propias emociones. Alejarte te sitúa en un estado mental que te permite una respuesta más comprensiva, razonable y amable.
2. Ponte en el lugar del otro
Revisa toda la situación en perspectiva; permítete ver detalles, aspectos de ella que no hayas considerado antes. Valida las emociones de otro.
3. Perdonar
La gestión compasiva alimenta la autoestima, la confianza y la creatividad; dar la posibilidad de “seguir adelante” es clave para sentirnos más felices y satisfechos.
Sin embargo, no basta con saber qué hacer para poder potencializarla, pues en ocasiones este proceso se vuelve muy difícil de desarrollar cuando han estado en su lugar en algún momento; y esto se debe a dos aspectos puntuales: el primero de ellos, es que muchas veces subestimamos lo compleja, amarga, estresante y traumática que fue esa experiencia, lo que puede llevarnos a una brecha de empatía que solo se supera cuando me pongo a un lado yo y me centro únicamente en el otro, y el segundo de ellos, es el exceso de confianza en la capacidad de superación de la situación adversa, que puede llegar a presentarse en uno cuando atravesó por esa situación particular, lo cual lo lleva a sentir que está más que preparado para comprender la dificultad del otro y sesgar su proceso compasivo y empático.
Así que, si nos damos cuenta, fomentar la empatía tiene su ciencia, pues no es simplemente entender al otro o ponerme en sus zapatos, sino desarrollarla en la medida justa, ya que no hacerlo puede traer consecuencias negativas para ambas partes. Los límites en la empatía, como lo plantea el psicólogo estadounidense Adam Waytz, se vuelven fundamentales, por lo que puede resultar ser una habilidad en extremo agotadora, de una sola vía donde la suma únicamente da cero, provocando algunos juicios éticos y generando conflictos grandes en las relaciones interpersonales y hasta conmigo mismo.