A veces me pregunto ¿Cuánto sabemos del amor? ¿Acaso es sólo un pensamiento, una actitud, una acción, o simplemente un acto? El amor es más que eso. El amor es una impresión que nace de lo más profundo del ser. No hablo del querer, que es una manifestación del egoísmo y conveniencias personales
Me refiero al amor propio, el que percibimos y captamos tan profundo, que nos lleva a evocar emociones maravillosas que oprimen el pecho, produciendo efectos en diversas circunstancias e inducen a realizar los actos más nobles e inverosímiles, llegando incluso a sorprendernos.
¿Acaso podrá existir un tesoro más valioso en la vida de cada ser? Ese tesoro no es ajeno a ningún humano en este planeta. Es la joya que Dios colocó en cada corazón, es una presea que para un alto porcentaje de seres carece de valía, sencillamente porque no han logrado descubrirlo en su ser.
El amor es la fuerza del espíritu que te mueve, anima, estremece, aprieta, embriaga y enamora. Cuando lo experimentamos descubrimos felicidad y capacidad de soportar las adversidades de la vida, desengaños, traiciones, injusticia y el desencanto de todo proceder que nos lastima o daña. Cuando poseemos la gracia del amor, por más que nos quieran avasallar, llegará a doler, lastimar e incluso lloraremos de dolor, pero jamás seremos derrotados, porque la solidez del amor nos hará tan fuertes como la dureza de un roble. El amor es constante, puro, noble, transparente, desinteresado y libre. El amor no se escoge, como quien elige una prenda, un animal, una casa o cualquier objeto. El amor nos encuentra en el camino de la vida, sólo hay que estar atento y no andar en su busca. El amor nos sorprende, pero depende de nosotros saberlo apreciar, cultivar y valorar en todas sus manifestaciones. El amor verdadero es amigo, es hijo, hija, padre, madre, esposo, esposa, es abuelos, vecinos, conocidos, es profesión, es pareja, es novios, es espíritu, es país, es todo lo que nos rodea.
Cuando invertimos amor en nosotros mismos, estamos preparados para ofrendarlo a nuestro mundo circundante, de lo contrario viviremos imposibilitados para expresarlo. Cuando más entregamos en solidaridad desinteresadamente y no esperamos recompensa en la misma magnitud que entregamos, menos aflicciones y pesadumbre tendremos.
La espera puede desilusionarnos tan profundamente que nos quiebre y destruye, convirtiéndonos en seres amargados, resentidos, envidiosos, tristes o rencorosos. El amor debemos cuidarlo y protegerlo como un cristal revestido en oro por la fuerza del espíritu, para que cada vez que caigamos nos duela, pero no nos rompa. La luz y el brillo del amor es la muralla para conservarnos siempre ilesos y no perdamos nunca la batalla. Ello hará que permanezcamos en los corazones de los que un día nos abrumaron, aunque no lo reconozcan, la diferencia es, que siempre estaremos presentes cuando lo requieran.
El amor es sosiego, paz, calma, felicidad, armonía, aromas, expresiones y aprendizajes. El amor unido a la fe, en la esperanza y la solidez, es como una ola en su vaivén disipando energías de diversas maneras para conservar el equilibrio.
Sólo así lograremos permanecer libres de odios, resentimientos, hipocresía, indiferencia y nos reconoceremos como seres que permanecen para disfrutar y aprender en cada experiencia de vida.
El amor forma el carácter, la independencia, el compromiso y la responsabilidad en libertad.