Desde el séptimo piso, por don Faber Bedoya C
Cuando estábamos en quinto de primaria en la escuela Santander de Montenegro el profesor, don Ramón Mesa, dictaba todas las materias y, además, era el director de grupo. Nosotros podíamos advertir, a pesar de nuestra corta edad, que al profesor le gustaba más, la historia y la geografía, que las otras materias. Viajábamos por las montañas, los valles, cruzábamos ríos, amanecíamos en los llanos orientales, nos acostábamos en el océano pacifico y nos hablaba de nuestros próceres y patriotas con inusitada pasión. En el patio dibujamos un gran mapa del país para recorrerlo con bolas, jugando la vuelta a Colombia. Vendían rompecabezas con los departamentos de Colombia, teníamos la silueta del mapa, lo dibujábamos en cualquier hoja disponible. Empezábamos por el Urabá, seguimos por la costa Atlántica, damos la vuelta por la Guajira, bajábamos por los Santanderes, volteamos por Arauca, el Vichada, Guainía, llegamos al Amazonas, giramos otra vez para coger por el Putumayo, Nariño, y subimos por toda la costa pacífica, el Chocó y llegar otra vez al Urabá, en límites con Panamá, que nos enseñó don Ramón, fue otro departamento de Colombia, hasta 1903, “eso lo vemos después en historia de Colombia.”
Volvimos a dibujar el mapa mentalmente.
Nos aprendimos de memoria los 23 departamentos, las 5 comisarías y las 4 intendencias, con sus capitales. – Nos daba risa decir Putumayo -. Estamos hablando de 1954, hace solo 70 años, un vecino dirá, “cómo pasa el tiempo”. Conocimos los principales ríos, el Magdalena, Cauca, el Amazonas, y los nuestros por supuesto, Quindío, Roble, Espejo, la Vieja. Fueron muchas las veces que pescamos de noche. Las tres montañas, Occidental, Central, la nuestra, y la Oriental. Las serranías de la Macarena, Sierra Morena, la sierra nevada de Santa Marta, con su pico Simón Bolívar, el más alto de Colombia. Y todo lo sabíamos de memoria, no teníamos fotos, nosotros le creíamos al profesor.
Colombia quedaba alrededor de nuestro municipio, Montenegro.
También conocimos, y por boca de don Ramón, las costumbres de los pobladores de los vecinos y lejanos departamentos. Y Colombia era muy extensa, quedaba muy lejos la Costa Atlántica, la Guajira ni se diga, los llanos orientales, la Amazonía, los territorios nacionales, nos parecían como si fueran otro país, alguien los llamó “la otra Colombia”. Inclusive aquí, cerquita, en la costa pacífica, tienen una idiosincrasia diferente, y hablan distinto. Una familiar del Quindío se fue a vivir a Cartagena, y la mamá muy asustada decía, “mis hijos ya cambiaron el ave María pues, por mieeerda. En los departamentos limítrofes con Caldas, Valle, Tolima, Antioquia y Boyacá, todos los acentos nos parecían encantadores y diversos el uno del otro.
Pero lo que nos llamaba y cautivaba nuestra atención, era cómo el profesor sabía tanto de Colombia. El procedía de Antioquía, pero nos contaba que había vivido con los indios del Amazonas, pescó en los llanos orientales, trabajó en las Acerías Paz del Rio, en Sogamoso Boyacá. Vivió muchos años en la costa Atlántica, viajó por tren de la Dorada a Santa Marta, también en barco de Girardot a Barranquilla y montó en cable de Manizales a Mariquita.
O sea que en ese entonces teníamos una red ferroviaria extensa, y de ese medio de transporte nosotros sí fuimos usuarios e hinchas furibundos. Fuimos a Buenaventura, bueno mi papá nos llevaba y nos contaba que él se fue desde Girardot a la costa Atlántica, en tren. A Cali fuimos muchas veces, con todas las paradas para comer en cada pueblo lo que vendían, la gallina de Tulúa, las gelatinas en Andalucía, los bizcochuelos de Buga y pare de contar. A Pereira, con mucha frecuencia, porque un primo hermano, que trabajaba en la fábrica de galletas, La Rosa, venia por los primos nos llevaba por la mañana y nos traía por la tarde, de regreso a la finca. De Armenia a Montenegro y viceversa, nos colábamos colgándonos de la parte de atrás del tren y en movimiento. Y pare de contar, porque para hablar del ferrocarril necesitaríamos otra vida, y la falta que nos hace.
Teníamos navegación fluvial por el Magdalena, con elegantes barcos de turismo. Pero esto para nosotros si parecía muy lejano, desconocido, sin embargo, tanto don Ramón, quien era nuestra biblia, como nuestro padre, nos narraban historias a bordo de esos barcos. Muchos años más tarde en la vida, conocimos de primera mano toda esa historia de la navegación por el Magdalena, las aventuras a bordo de la “Caracola”, y del nadador Capax del Amazonas, quien se atrevió a ir a nado, donde podía hacerlo, desde Neiva a Barranquilla.
Y en las aulas de clase en la escuela, conocimos las grandes ciudades, primero Manizales, nuestra capital, su imponente nevado del Ruiz, “el león dormido”, el cable aéreo, la plaza de toros, la feria de Manizales, su universidad, el liceo Universitario, el sueño de los estudiantes pueblerinos. Claro que en Pereira estaba el Deogracias Cardona, y en Armenia el Rufino J cuervo. Orgullosamente bachilleres del Rufino, 1962, hace solo 62 años, un compañero de estudios dijo, “cómo pasa el tiempo”. Hablaba, con increíble propiedad de Bogotá y sus buses con “tirantes”, los trolley. buses eléctricos, Monserrate. Después Medellín, era una delicia oírle hablar de su tierra, en lo que más insistía era en su gente, el edificio Coltejer. Seguía con Cali, nos decía “valle es valle lo demás es loma. Barranquilla, se tomaba horas enteras narrando todo lo que significó para el progreso de Colombia, esta ciudad. En la costa nos demoramos muchas horas de clase. Le llamaba mucha atención el Tolima grande, con Ibagué y Neiva. Y así con todas las capitales.
Sonó la campana, a recreo y sigue después la agradable clase de Historia de Colombia, porque tenemos que preparar el próximo acto cívico que nos corresponde a los de quinto y trata sobre el 20 de Julio, la independencia de Colombia.