“La pregunta que nos debe interpelar en profundidad, cuando bajamos a la alfarería es ésta: ¿Qué sacerdote quiero ser? ¿Un cura de salón, uno tranquilo y asentado, o un discípulo misionero cuyo corazón arde por el Maestro y por el pueblo de Dios? ¿Uno que se acomoda en su propio bienestar o un discípulo en camino? ¿Un tibio que prefiere la vida tranquila, o un profeta que despierta en el corazón del hombre el deseo de Dios?” –
Papa Francisco
No hay derecho a que en un funeral, el sacerdote se refiera a otros aspectos de la vida pública en un momento en el cual familiares y amigos se hallan compungidos por la muerte de alguien querido.
No es lógico, desde cualquier punto de vista, que se hable de temas que nada tienen que ver con el momento triste en el cual se hallan sumidos los presentes.
Hay espacios de tiempo mal utilizados y hay pastores o ministros que no entienden esos momentos.
Cuando inició la homilía, pensé que iba a centrarse en amistad, la muerte como paso a una vida mejor o la alegría de la muerte y no la despedida triste, compañerismo y otras palabras inherentes al momento, pero no. El tema se salió de cauce y le dije a mi compañero de banca, luego de 10 minutos de escuchar la perorata: “cuando el señor termine, vuelvo. Mientras tanto, no hay caso”. Parecía un político malo en un discurso que espantaba a sus seguidores.
Volví, cuando escuché música, es decir, cuando el sacerdote había terminado su discurso.
¿Por qué será que algunos religiosos, pastores, sacerdotes celebrantes no saben quién falleció? ¿Por qué no averiguan primero quién era la persona que está en el ataúd?
No es el único caso. Hace quince días, estuve en una situación casi similar. Con la diferencia que el difunto falleció por Alzheimer y otras enfermedades que tenían a la familia muy mal.
En muchas ocasiones, visité al enfermo. Cada día, mal, muy mal. Había enfermeros cuidándolo y ayudándole en todo. Era necesario.
En la celebración eucarística, el sacerdote en su homilía, dijo más o menos: “Esta persona quería pasar Navidad y año nuevo con su familia. Imagino que venía preparando todo para esta época especial, pues es la reunión familiar la que más interesa. Así mismo, pensaba en los regalos, la comida, la fiesta………” Y mucho más.
Yo sentía pena ajena. Es decir, el sacerdote no tenía ni mediana idea de quién era la persona a la cual estaban despidiendo. Y hablaba sobre Navidad y muchas cosas más, pero nunca supo algo de la persona fallecida.
Creo que eso puede suceder casi siempre, a excepción de personajes ilustres, algunos políticos, empresarios, cuando el oficiante sabe quién es y también se desvive en homenajes y palabras que fluyen, hablando de todas las virtudes y valores…
Ojalá, quienes celebren funerales sepan un poquito al menos, sobre la persona a la cual están despidiendo familiares y amigos. Otra homilía sin objetivo alguno y me vuelvo a salir…
Manuel Gómez Sabogal