Por Andrés Macías Samboni
Los contextos de aprendizaje no solo están en las aulas de clase. A diario y en cualquier circunstancia aprendemos del vasto universo que circunda el conocimiento. De igual forma ocurre con las personas que se dedican a enseñar. Pues no solo aprendemos de los grandes maestros, muchas veces, quien menos se piensa nos ofrece una lección de vida. En este sentido, las formas de aprender y enseñar han tenido transformaciones que ameritan replantear el qué y el para qué de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Hoy en día los “saberes” de las diferentes áreas del conocimiento están colgadas en una plataforma digital y al alcance de quien desee aprender, pagando un costo monetario o de manera gratuita, que es como más nos gusta obtener las cosas y; si de conocimiento se trata, pues nada malo ocurre, siempre y cuando el contenido sea útil para quien decide aprender.
Todas las personas aprendemos “algo” por un vacío de conocimiento, es decir, por necesidad. De modo que ese aprendizaje, en primera medida, está dado por una información que adquirimos para ser usada. Es aquí donde la metacognición juega un papel preponderante porque se trata de seleccionar entre qué necesito aprender y para qué lo debo hacer. En esa misma línea, la neurociencia nos indica que el proceso de aprendizaje ocurre con todo el sistema nervioso central, conformado por el cerebro y la médula espinal, los cuales se desempeñan como el «centro de procesamiento» principal para todo el sistema nervioso y controlan todas las funciones del cuerpo.
Por consiguiente, el cerebro guarda la información adquirida para hacerse útil en las prácticas del proceso de aprendizaje. Ahora bien, para que dicha causa se dé con eficiencia, el cerebro debe descansar lo suficiente. Esto es lógico en términos de neurociencia o entendimiento de las funciones de uno de los órganos vitales del ser humano, como es el cerebro. Pero lo que no podemos controlar, a veces, es la ausencia de atención ante los aprendizajes y fallamos; ya que cuando aprendemos algo nuevo, el cerebro está atento o se ausenta como en una vigilia donde las personas hacen presencia corporal, pero no en la misma medida que espiritual.
De igual forma, es importante saber elegir los contenidos de aprendizaje para estar atentos y no desmotivarse, esto en un proceso autodidacta en el que las personas buscan aprender por sí mismos, pero también aplica para quienes dinamizamos el conocimiento, cuyo propósito debería hoy más que nunca reconsiderarse en aras de un aprendizaje significativo de los educandos. En consecuencia, se obtendrían metas más eficientes, contextuales y prácticas para el siglo XXI.
Por último, hay que señalar las bondades del aprendizaje activo, en el que la curiosidad, los estímulos sensitivos, la motivación, atención y participación activa de los estudiantes son fundamentales como estrategias de enseñanza-aprendizaje; razón por la cual tanto el maestro como el aprendiz configuran un todo para que las partes del conocimiento tengan un solo efecto: la transformación de los saberes. Entonces, que la necesidad de aprender no se convierta en un yugo que nos ata, sino por el contrario, que nos dé la libertad de saber elegir los conocimientos y darle utilidad a favor propio y al servicio de los demás.