Por Manuel Gómez Sabogal
Un jubilado es aquella persona que después de haber laborado durante muchos años en una entidad o empresa, cumple con los requisitos para salir a disfrutar una vida diferente.
Jubilarse no es morir. Es empezar una nueva vida con metas diferentes y con un optimismo que lleve a los jubilados a sentir que la vida es bella y que todavía hay mucha tela por cortar.
Jubilarse para leer, escribir, conectarse con la naturaleza, jugar con los nietos, disfrutar los paisajes, recorrer caminos nunca andados.
Jubilarse no es perder el tiempo o las horas. Jubilarse es recorrer el álbum de la vida, repasar lo vivido y reírse de las locuras de juventud.
Jubilarse es proyectarse a un futuro. Sentir que lo vivido en la empresa o la institución no fue una etapa perdida, sino que se dejó huella. Porque allá no podrán olvidar los esfuerzos, la labor, los eventos que se hicieron para hacer más grande y mucho mejor la empresa o la institución.
Los hay de muchas clases, digo yo. Me invento algunos tipos, gracias a que conozco a muchos de ellos. Hay jubilados aburridos, anticipados, tristes, jugadores y jubilosos.
Los jubilados aburridos, son quienes nunca quisieron jubilarse, pero que la empresa o la intitución los obligó a retirarse para dar paso a otros más jóvenes que llegaban con nuevas ideas y muchas ganas de hacer, realizar y cambiar. Estos jubilados no sabían a qué salían cuando terminaran su labor en la empresa. Quedaban sin trabajo. Estaban enseñados a vivir ahí, trabajando.
Los jubilados anticipados son aquellos, quienes faltándoles un año o seis meses para su retiro, se relajan y empiezan a disfrutar mucho antes de retirarse. Conozco el caso de un rector de colegio de un pueblo quindiano con quien hablé cuando estaba yo organizando un evento en 2012. Me dijo que no le interesaba mover un dedo, pues estaba a punto de jubilarse y poco le interesaba realizar alguna otra labor antes de su retiro. Incluso, ya todo lo hacía su vicerrector.
Los jubilados tristes son aquellos que se ven en los parques de la ciudad o los pueblos. Nada hacen. Solo se sientan en las bancas a esperar que pase el día para volver al siguiente a realizar la misma labor. Pasan vendedores de café, compran su pocillo y charlan con sus contertulios todo el día.
Nunca se propusieron hacer algo diferente. No tienen metas. Salen de sus casas a dar vueltas cerca de su residencia o se van al parque. Y son muchos quienes adornan parques y bancas.
Los Jubilados ludópatas son quienes no teniendo algo diferente para hacer, encuentran en los casinos no solo una diversión y se pasan el tiempo en las máquinas tragamonedas, sino que allí van a parar los sueños de la jubilación. Muchas veces, los casinos se quedan con el dinero de muchos jubilados, porque casi nunca ganan. Solo pierden y pierden. Día a día, llegan al casino con la esperanza perdida de que algún día van a ganar. Hay otros que se dedican a visitar los casinos por soledad, aburrimiento, adicción, falta de gestión de las emociones…
Los jubilados jubilosos son aquellos que todo lo vieron diferente desde cuando empezaron a llenar papeles y a preparar documentos para salir a vacaciones indefinidas. Esos que sintieron que ya todo debía pasar a otras manos más jóvenes y llenas de vigor.
Me encantan los últimos, ya que en verdad, saben por qué se jubilaron. Estaban preparados para vivir una vida mejor, lejos del trabajo que durante años realizaron en instituciones, empresas o lugares que les proporcionaron una vida que los llevó a entender el verdadero significado de jubilarse.
Salen de paseo, viajan, conocen, disfrutan, leen, escriben, publican libros, toman fotos, caminan, trotan.
Estos son los jubilados que valen la pena. Los jubilados jubilosos. Y conozco a muchos, entre ellos, a Álvaro Jaramillo, Edelberto Arias, Alberto Chamat, Oscar Ramírez, Magdalena Gómez, Henry Espinal, Margarita Giraldo, Mario Ramírez Monard, Guillermo Jaramillo Arcila, Faber Bedoya, Josué Carrillo, Carlos Julio Puerta, Gloria Inés Ramos, Gloria Sofía Ceballos, Ariel Ramírez, Miriam Henao, Dignora Giraldo, Yaneth Guinand, Luis Carlos Vélez Barrios y otros tantos con quienes muchas veces he compartido momentos maravillosos al calor de un café.
Me encantó el último capítulo del libro “Te acordás hermano de tiempos aquellos…” escrito por Josué Carrillo. Y de allí, extracto lo siguiente:
Ante la realidad, me quedo sin entender esa expresión “edad dorada”, no sé qué es lo dorado; si es por el color del pelo que, muchos señores se tinturan y al trasluz da visos rojizos, vaya; aunque en este caso, debiera llamarse plateada, que es el color de las canas y estas son más frecuentes que el pelo tinturado. Más realista aun debiera decirse “edad pelona” porque en esta somos muchos a quienes la única cubierta capilar que tenemos es lo poco que nos queda en las orejas y en las cejas.
¡Qué suerte tuve cuando me fui a jubilar! Quien me habló en la Universidad del ingreso forzoso a la edad dorada y del consecuente cambio de actividad, empezó por mencionar el término jubilación, no el de vejez. Porque esta, como la muerte, es asunto que solo ocurre en la casa del vecino y ella nunca tocará a nuestra puerta; aunque no lo reconozcamos, vivimos convencidos de haber libado las mieles del elixir de la eterna juventud y de haber bebido en las aguas del río que surca el valle de los Inmortales…”