Desde el séptimo piso, por Faber Bedoya Cadena
Hay una situación, en la actualidad, a la cual no hemos podido acostumbrarnos los muy mayores, y es a la pérdida de valores, en la familia, educación, comunidad, y en la sociedad. Nos cuesta mucho trabajo ver, vivir en directo, la falta de respeto, de civismo, la presencia de unas costumbres que hacen sonrojar a los más liberales de los nuestros. Eso sucedió de un momento a otro. No hay renglón de la vida en sociedad que escape a los cambios drásticos, creando las llamadas “brechas generacionales”, en las cuales los mayores resultamos perdedores. Es más valiosa la osadía que la experiencia. Ensayemos, probemos, vamos, démonos la oportunidad, para eso somos jóvenes. La edad es patente de corso, hoy todo se pude enderezar en el camino, la vida es una y hay que vivirla, para la acción no hay límite, la razón tiene horas y días de vacaciones, patean la conciencia y activan los pilotos automáticos para vivir bien. Y todo empieza en la familia y se continua en la escuela. No somos capaces de imaginarnos cómo serán las clases hoy en día, con la presencia de celulares en todos los morrales de los niños. Me quedo corto.
Nosotros, durante la vida escolar éramos disciplinados, sanos. Las travesuras que hacíamos eran solo eso, pilatunas. Lo máximo, volarnos del colegio para ir a bañarnos a la quebrada de hojas anchas, o tirarnos por la ventana del segundo piso para ir a ver una etapa de la vuelta a Colombia, en bicicleta. Hacer trampa en los exámenes, ponerle apodos a todo el mundo, en especial a los profesores. Nuestras locuras eran muy sensatas, recatadas, casi todo era mal visto, era un imperativo, el respeto hacia los mayores, padres y profesores. La vida era un conjunto de normas aceptadas por convicción más que por obligación. “hágalo que es por su bien”, y todo los que nos decían se cumplía al pie de la letra, parecían adivinos. Y obedecíamos cumpliendo las órdenes. Solo cuando fuimos padres entendimos el fundamento y la razón de las órdenes. Aprendimos a ser hijos cuándo fuimos padres y valoramos todas las cosas que nos dijeron y que nosotros no hicimos caso y ahora las sufrimos con los hijos y ellos a vez con los suyos, los nietos. Esos ni caso les ponen, no tienen tiempo para escucharlos.
El terremoto nos cambió la vida a los quindianos, pero las comunicaciones no estaban tan desarrolladas, pocos celulares, porque la pandemia si trajo unos efectos secundarios calamitosos, apenas empezamos a sufrirlos. El virus del Covid es insignificante ante la masificación del uso del celular, la proliferación de las redes, la incorporación a la vida diaria de la información adquirida en los aparatos móviles. Todo se puede realizar por ese medio, a bajo costo, ubicado en cualquier parte de la geografía colombiana, accesible a todo el mundo, no aplican condiciones ni se reserva del derecho de admisión, nos es nocivo para la salud, no tiene octágonos del Ministerio de Salud, al alcance de los niños. Y para colmo hasta nos administran por una red y de nombre X, para más señas.
“Usted tiene nietos, ¿verdad? Dígales a ellos que le enseñen a manejar el móvil y a sacarle todas las posibilidades que ofrece”, es la frase común para nosotros quienes queremos entrar en la onda del celular moderno. Y entre nosotros hay duchos en la materia, pero la mayoría prefiere el celular para llamar y que lo llamen.
Es que el fondo de la cuestión es uno solo, ya casi no nos relacionamos, en familia, en el condominio, en el barrio. Hay quienes sostienen que con los amigos “solo nos vemos en los entierros”. Clatro que nos citamos por Zoom o tenemos contacto por Facebook, tenemos un chat familiar, y sigue una terminología que se escape a nuestras “entendederas”, como decía mi tío Libardo. A nosotros nos desespera que no se salude, que ya no se diga «buenos días», «¿en qué puedo servirle, señor?», «muchas gracias». O lo más frecuente, que conteste una máquina, con una voz y repitiendo unas instrucciones que se necesita paciencia de la buena, para seguirlas. La mayoría de nosotros vamos a Tele9 norte a que Hernando nos haga todas esas vueltas. Nos saque los recibos, y ahí se pueden pagar, las citas, los resultados, el predial, valorización, facturas. O sea que somos muy modernos en cuerpo ajeno, o por tercera persona, pero estamos al día. Realmente las exigencias de fortaleza emocional y cordura que exige la vida moderna son muy altas. Las ofertas que hay en el mercado para desviarnos del camino, son muy atractivas, también en todos órdenes. A plazos, por cuotas, accesibles a todos los bolsillos, se la ubicamos en la puerta de su casa, envío gratis, están oferta, pague una y lleve dos, si no le gusta se la cambiamos, y es en todo el mundo. Una vecina compró unas chanclas chinas, enviadas por correo. A la casa nos traen lo que necesitamos, pues todo está al alcance de un click. Y lo decimos así tan tranquilos. Nosotros sostenemos y con esa sí morimos, que lo importante es la persona, seguimos saludando, diciendo gracias, conversando, reuniéndonos en grupos, personalmente, asistiendo a citas presenciales, es que eso nos ayuda a mantenernos cuerdos. Es un suplemento nutritivo emocional y viene en todas las presentaciones y solo se necesita de un saludo, entre más afectuoso mejor.