Desde que tengo memoria me han dicho que busque el equilibrio. Sin embargo, he notado algo interesante: las épocas de mi vida durante las cuales me he sentido más vivo y feliz han sido aquellas en las que también he estado más desequilibrado.
Enamorarme. Escribir un libro. Caminar por el Himalaya. Entrenar para establecer un récord personal de triatlón. Durante esos episodios de vida plena, mi actividad me consumía por completo. Tratar de estar en equilibrio —dedicar la misma cantidad de tiempo y energía a las otras áreas de mi vida— me habría desviado de esas experiencias transformadoras.
No solo soy yo. Casi toda la gente con un desempeño sobresaliente que he conocido —de atletas a artistas, pasando por programadores computacionales y empresarios— informan que hay una relación directa entre sentirse felices, plenos y lo mejor posible, y dedicarse de lleno a algo. Rich Roll, uno de los mejores atletas de alto rendimiento, me dijo que “el camino hacia la plenitud en la vida, hacia la satisfacción emocional, es encontrar lo que en verdad te emociona y canalizarlo todo hacia esa actividad”.
Michael Joyner, uno de los más importantes investigadores de la Clínica Mayo, dice que “tienes que ser minimalista para ser maximalista: si quieres ser realmente bueno, dominar y disfrutar profundamente una cosa, debes decir que no a muchas otras”. Cuando Nic Lamb, uno de los mejores surfistas del planeta, habla de su búsqueda incesante de la excelencia en el agua dice esto: “La mejor forma de encontrar la satisfacción plena es darlo todo”.
Quizá a todos nos serviría un poco más de desequilibrio en nuestras vidas. En la década de 1990, el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi introdujo el término “flujo” para hablar de un estado mental durante el cual la gente se sumerge por completo en la actividad que está realizando, su percepción del tiempo y el espacio se altera, y todo su ser se llena de gozo. Un indicador de esta experiencia óptima es que el mundo externo desaparece. En tal estado, el flujo y el equilibrio son irreconciliables. En comparación con el flujo, el equilibrio parece, a falta de una mejor palabra, aburrido.
Sin embargo, hay un costo cuando persigues algo al máximo: todas las cosas que dejas de lado. Cuando estás inmerso por completo en algo, es demasiado fácil dejarte llevar por la inercia de lo que experimentas sin nunca evaluar realmente lo que estás sacrificando en el camino; por ejemplo, pasar tiempo con tus amigos o familia, tus otros pasatiempos e incluso placeres simples como ver el último episodio de Game of Thrones.
También hay riesgos inherentes cuando ligas toda tu identidad con una sola actividad. Sobre todo, qué pasará cuando dedicarte a esa actividad ya no sea una opción. No es de sorprender que los atletas batallencontra la depresión y otros problemas de salud mental al momento de retirarse. Parece que mientras más le dedicas a algo, más difícil se vuelve dejarlo.
De cualquier manera, yo no creo que el equilibrio —que fundamentalmente nos pide que nunca apostemos todo a algo en particular— sea la solución. Pienso más bien en buscar lo que los psicólogos llaman autoconciencia, o la capacidad de verte a ti mismo con claridad mediante la evaluación, monitoreo y gestión activa de tus valores esenciales, emociones, pasiones, conductas e impacto en los otros.
Dicho de otra manera, la autoconciencia se trata de crear un tiempo y un espacio para conocerte a ti mismo, revisarte de manera constante (ya que cambiamos con el paso del tiempo) y luego vivir tu vida de acuerdo con los resultados de ese análisis.
Alguien con una autoconciencia aguda es capaz de separar la intensa euforia de estar completamente inmerso en perseguir algo de las consecuencias a largo plazo de hacerlo. Es el atleta olímpico que elige retirarse a tiempo para comenzar a formar una familia; el artista que se da cuenta de que tomarse un tiempo para vivir la vida fuera de su estudio da origen a la gestación de grandes obras dentro del estudio; o la abogada que se pone la regla estricta de no perderse las comidas familiares ni los eventos deportivos de sus hijos.
Este tipo de autoconciencia no se genera fácilmente. Paradójicamente, una de las mejores formas de lograr tener autoconciencia es alejarse mentalmente del “uno mismo”. Los psicólogos llaman a esto autodistanciamiento y algunos ejemplos son fingir que le estás dando un consejo a un amigo, escribir un diario en tercera persona (y luego analizar las emociones que surgen cuando lees lo que escribiste), o reflexionar sobre tu propia mortalidad.
Practicar la autoconciencia te permite evaluar y revaluar con honestidad las pérdidas inherentes a vivir una vida desequilibrada y llena de flujo. Te garantiza que estás tomando decisiones conscientes sobre cómo inviertes tu tiempo y energía, y por lo tanto reduce las posibilidades de que luego te arrepientas de lo que hiciste o dejaste de hacer. Te ayuda a notar cuando tu identidad empieza a entrelazarse demasiado con una actividad en específico y a darte cuenta de que en algunos casos —escribir un libro, los primeros meses de cuidar a un bebé o tratar de formar un equipo olímpico, por ejemplo— tu falta de equilibrio puede ser excesiva, pero quizá no importa porque se trata de algo temporal.
Los estudios muestran que quienes poseen una sólida autoconciencia toman mejores decisiones, tienen mejores relaciones interpersonales, son más creativos y tienen carreras más satisfactorias. Otras investigaciones demuestran que la autoconciencia está asociada con una mejor salud mental y el bienestar general.
Cuando consideras todo esto junto, una idea interesante comienza a surgir. Quizá una buena vida no consiste en tratar de alcanzar una suerte de equilibrio ilusorio. En cambio, tal vez se trate de perseguir tus intereses con todas tus fuerzas pero con suficiente autoconciencia interna para evaluar con regularidad lo que estás dejando a un lado, y hacer cambios si son necesarios.
Vivir de esta manera siempre triunfa sobre la simple búsqueda del equilibrio.
Vía New York Times
Muy bueno el blog y mejor reflexión. Evidentemente Ud. ha vivido / gastado los días bien gastados.
Su premisa de equilibrio / desequilibrio es totalmente cierta, es un lema parte de mi vida.
El otro lema que siempre me funciona es aplicar el funcionamiento del ordenador a los problemas:
1) tome los problemas de a uno por vez (como hacen los ordenadores)
2) la idea más sencilla suele ser la solución a grandes problemas (el ordenador solo maneja 1 y 0)
Attos saludos.
Suerte
Gracias por tu comentario, Darío. Y gracias por tu visita. Saludos…