La sabiduría popular suele recomendar que “confiemos en nuestros instintos”. Pero ¿qué pasa cuando tu instinto es tan positivo que no es confiable?
Sí, suena absurdo. Sin embargo, hay un conjunto muy extenso de investigaciones que exaltan los beneficios cognitivos y sociales de estar de mal humor.
Un estudio de 2006 publicado en The Journal of Experimental Social Psychology puso a prueba la habilidad de un grupo de personas para detectar una mentira. Quienes estuvieron en un estado de ánimo negativo, luego de ver un cortometraje sobre la muerte provocada por el cáncer, fueron más proclives a detectar mentiras que aquellas que estaban de buen humor luego de ver un videoclip de comedia.
¿Cuál fue la conclusión? Estar de mal humor “aumentó el escepticismo de los sujetos en relación con lo que debían juzgar y mejoró su precisión al identificar las comunicaciones falsas, mientras que los sujetos que estaban de buen humor fueron más propensos a sentir confianza e ingenuidad”.
Dicho de otro modo —y esto es un poco deprimente—: eres mejor detectando mentiras cuando no estás feliz.
Y eso no es todo. Sentirnos felices puede disminuir nuestra precisión como testigos oculares, mientras que esta característica puede aumentar si nos sentimos mal; lo mismo sucede con nuestra habilidad para comunicarnos estratégicamente (como cuando queremos persuadir a alguien), así como las probabilidades que tenemos de no cometer errores de juicio, según un par de estudios. Una de esas investigaciones reveló que la felicidad incluso puede volvernos ciegos ante el hecho de que tenemos estas deficiencias que son provocadas por nuestras emociones.
¿A qué se debe que sentirse mal pueda ser tan bueno? Es culpa de la evolución.
“Los seres humanos desarrollaron la habilidad de experimentar emociones negativas por una buena razón: en cantidades moderadas, nos protegen de lo que podría hacernos daño y nos ayudan a alcanzar el éxito”, según se explica en un artículo de Psychology Today. “Los humanos de la antigüedad que eran capaces de sentir desconfianza, miedo, ansiedad e incluso ira, habrían sido menos proclives a involucrarse en situaciones perjudiciales o habrían podido sobrellevarlas de una mejor manera que aquellos que no eran susceptibles a esos sentimientos”.
La enseñanza que esto nos deja es que la única manera de mejorar nuestras vidas es sentirnos mal siempre.
¡Mentira! Sin embargo, lo que las investigaciones quieren decir es que debes estar consciente de tus emociones y sentimientos —y cómo influyen en lo que haces— al momento de tomar decisiones importantes o discutir temas delicados. Recuerda que podemos ser más susceptibles al engaño cuando estamos felices.
De verdad.
¡Que tengas una excelente semana!
Vía New York Times