Por Manuel Gómez Sabogal
«Los jóvenes poco o nada importan» a muchos padres. Porque esos padres creen que los hijos los deben entender y es, al contrario. Muchos padres no escuchan a los jóvenes, no saben sus problemas, no conocen sus deseos, su color preferido, su música, no se interesan en ellos.
Encerrados en sus habitaciones, los padres les tienen computador, televisor y todos los aparatos necesarios para que se queden ahí, para que no molesten, para que estén allí y se comuniquen por todos los medios a su alcance con familiares y amigos.
Porque la comunicación en las familias no existe. Desde hace muchos años, los hijos no se comunican con sus padres, porque estos no aceptan muchas de las opiniones o ideas que los hijos tienen. No pueden
«Los jóvenes poco o nada importan «, porque si fuese verdad, sus títulos como egresados de las universidades valdrían demasiado. Sus esfuerzos serían compensados, pero no es así. ¿Cuántos de esos muchachos deben ir detrás de un político o cuántas de las niñas deben aceptar lo que diga el jefe para poder tener un cargo?
Conozco muchos casos de jóvenes que me han contado sus tristes historias en casa o en el colegio y más triste, en la universidad. Muchos jóvenes se sienten un 0 en muchas partes…
Un joven me dijo que su papá le pegaba por todo, lo gritaba y estaba aburrido en su casa. Quería irse. No quería volver más al colegio. Tiene apenas 15 años y no desea nada. Su único objetivo, el objetivo de su papá es que termine bachillerato y se ponga a trabajar.
Recordé que, en alguna ocasión, un padre de familia, en Tuluá, donde tuve una conferencia dirigida a padres de familia, me decía que en su época los jóvenes eran distintos, obedecían sin chistar y que correazos no faltaban, pero que respetaban o respetaban. Y me preguntó: “¿Por qué los jóvenes de ahora no quieren obedecer y respetar?”. Mi respuesta para él y para todos en el auditorio fue muy sencilla: “Nuestra época fue otra. Estamos en el siglo XXI, siglo de tecnología y elementos nuevos y que brindan a las jóvenes herramientas más rápidas para comunicarse y para vivir, pero que lastimosamente, los padres no han sabido manejar las distintas situaciones que se presentan día a día. No hay abrazos, ni besos, ni caricias. No hay saludos o despedidas, sino frases fuertes, reprimendas y poca conversación.”
Muchos niños quisieran ser televisores para que sus padres los vean y les hablen. Porque al llegar a casa, lo primero que les preguntan es: ¿Cómo te fue? Bueno sube a tu cuarto. O también, perlas como: “perdona, pero estoy ocupado. Hablamos más tarde”
En estos días, leí algo que escribió James Marulanda: “Quiero manifestar mi preocupación por un hecho que se está volviendo pandémico en nuestra ciudad y es la de ver todos los días a jóvenes inhalando pegante con sus pertenencias al hombro y expeliendo olores nauseabundos que dejan muy mal parada a una ciudad como Armenia capital del «paisaje cultural cafetero»….no tengo en absoluto nada contra ellos, por el contrario me abigarra el alma y me causa honda tristeza porque en ellos veo como el futuro de nuestro país se derrumba al no tener un soporte físico y mental que trace horizontes valederos para una Colombia que debiera brindar a nuestros jóvenes una educación que prevenga estas conductas ….hago un llamado cabal y sensato para quienes manejan el poder en nuestra capital para que por favor detengan esta escalada humana de vidas que poco a poco van hacia el abismo sin que haya autoridad alguna que tienda una mano amiga y fomenten programas que saquen a los llamados habitantes de la calle de ese mundo de tinieblas en el que se encuentran…”
Mi respuesta inmediata fue: James, los jóvenes poco o nada importan…
“Es que los jóvenes de hoy…” “Es que en mi época…”. “Es que se perdieron los valores…”. No, no es eso. Ni son los jóvenes de hoy, ni se perdieron los valores, ni es la época. Somos nosotros.
Yo solo sé que los jóvenes sí importan…