Sé que vuelvo sobre un trillado tema, pero lo hago convencido de que es importante y casi trascendental. Hay personas que, en familia, son demasiado fríos, inanimados al respecto. Y me pueden decir que la familia es muy unida, pero el afecto también se manifiesta en los abrazos. A muchos, no los acostumbraron a abrazar en familia. Ni padres entre sí, ni estos a los hijos, ni los hermanos. Se quieren, pero abrazar pasa de largo.
He sido un convencido de que los abrazos valen la pena y que cuando abrazo, me abrazan. El abrazo es una excelente señal de afecto. Y abrazar a alguien que lo necesita, que lo requiere con urgencia, vale la pena. Hay personas que están urgidas de un abrazo por muchas razones. No lo piden, no lo exigen, ni lo buscan, pero lo esperan con ansiedad. Es importante abrazar.
Cuando recorro los colegios y salones, cuando hablo con docentes y padres de familia, los invito a abrazarse. Es una manifestación sincera de amistad. Muchas veces, no hay qué hablar, sino abrazar. Con el abrazo se dice todo.
En ocasiones, cuando se va a un velorio, es mejor abrazar a la familia sin decir palabra alguna. Las palabras sobran.
Los abrazos son geniales. Cuando se saluda a un amigo o a una amiga. Cuando se va a una fiesta. Cuando hay encuentros fugaces.
Cuando se habla con los hijos, estos siempre esperan un abrazo. Los hijos sienten mucho amor cuando sus padres los abrazan, los besan, los miman. Si ello ocurriera con más frecuencia en las familias, no habría tanta soledad en los jóvenes.
Los abrazos son especiales para aquellas personas que fácilmente se deprimen. Cuando alguien está llorando, es mejor no preguntarle qué le pasa, sino abrazarla. Esa persona se siente fuerte, se vuelve optimista y hasta puede decir: “Gracias, ¡lo necesitaba tanto!”. Muchas veces requerimos de un abrazo. Sin que nadie nos pregunte, lo sentimos y recibimos fuerza, cariño, amor.
Aunque sé que, muchas veces, encontramos personas que no están enseñadas, porque nadie las abraza. Recuerdo algunos niños en un colegio, a quienes les pregunté por qué no lo hacían y me contestaron que no estaban enseñados. Que nadie les había dado un abrazo en su vida y que eso les parecía extraño. Que no había razones para abrazar a un compañero, si en su casa, sus papás y hermanos no lo hacían. Salí de ese grupo con muchas preguntas sin respuesta. Pero es que, hoy, en escuelas, colegios y universidades, lo importante es la materia, la nota, el examen, la habilitación, el libro, la tarea.
Recordar que los abrazos son gratis es muy importante. Por eso, mi petición sincera, sencilla es que haya abrazos por doquiera. Que no se niegue un abrazo. Porque los abrazos son como vitaminas que producen energía y llenan el alma de amistad. Los abrazos son un gran remedio contra la depresión, la soledad, la tristeza. Los abrazos son energizantes. Los abrazos incitan a la alegría, a sonreír, a sentir vida.
En un país necesitado de ternura y afecto, donde los niños y jóvenes deambulan como zombis gracias al celular y todos los elementos inherentes al mismo, vale la pena recordar a los padres que ellos requieren abrazos, ternura y afecto.
Conversar, charlar, dialogar, son palabras que no se pueden quedar en una gaveta de escritorio o en el computador o televisor.
Siempre insistiré en los abrazos, porque son necesarios y esenciales en el cotidiano vivir de las familias.
Manuel Gómez Sabogal