Por Manuel Gómez Sabogal
No puedo. Estoy ocupado. Tengo afán. Voy aprisa. Me van a cerrar el banco. No voy a alcanzar la cita. Tengo qué hacer cola. No voy a llegar a tiempo. Tengo clase. Voy a revisar unos trabajos. Estoy muy apurado. No alcanzo a desayunar. No puedo quedarme más tiempo. Estoy muy limitado. Mi agenda está copada. No tengo espacio en mi agenda esta semana. Luego hablamos. Cuando tenga tiempo, conversamos. Cuando pueda, nos vemos. Podemos vernos más tarde. Me llama. Creo que no voy a almorzar. Estaré en la oficina hasta tarde. Tengo mucho trabajo. ¡No tengo tiempo!
Esas y mil expresiones más, nos inventamos para no vivir. Creemos que a las carreras estamos viviendo muy bien y nos equivocamos. Hace unos días, un amigo me pidió que me sentara tres minuticos para comentarme algo. A los dos minutos, ya estaba de pie y despidiéndome. Más tarde, reflexioné y pude caer en cuenta de que estaba cometiendo el error de todos. El tiempo manejaba mi vida. Yo no estaba manejando el tiempo. ¡El estrés nos tiene estresados!
Y lo más triste de todo es que la tecnología del siglo XXI, tratando de acortar tiempo, distancia y muchas cosas más, está llevando a la gente a ser menos personas, seres humanos y a depender de los aparatos. El extraordinario teléfono celular, que creo se inventó para solucionar problemas, está metiendo a más de uno en otros más. Ya esos aparaticos se llevan al restaurante y cuando menos pensamos, suenan tres, cuatro o más al mismo tiempo. O estamos con alguien y de pronto, la llamada. O vamos a un cine y riiingg, suena el celular. También se lleva a las reuniones, conferencias y ceremonias religiosas. Para mayor tristeza, hay quienes no sólo dependen del celular, sino que deben tener también el famoso beeper. Y vemos amigos con aparatos por todo lado. A algunos no les falta sino antena parabólica o celular con canales privados televisión. ¿Será que también los veremos así?
Estamos perdiendo nuestra identidad personal. Ya no tenemos tiempo para vivir. No conversamos con los amigos. Nos limitamos a saludar. El tiempo se adueñó de nuestras vidas y por eso, estamos en un mundo lleno de afanes.
Qué bueno sería volver a tomar un café con nuestros compañeros de trabajo, con los amigos que encontramos en cada cuadra. Con aquellos que nos saludan y nos piden un minutito para un tinto. Que nuestro trabajo y nuestras vidas se convirtiesen en algo diferente. No en una obligación, una carrera, un afán. Qué bueno sería que organizáramos nuestras prioridades y poder manejar el tiempo. Qué bueno sería no depender de la tecnología. Hacer todo más simple, más sencillo, volvernos más humanos. Estamos actuando como robots y nos estamos acostumbrando. ¡Qué bueno tener tiempo para vivir la vida!