Por Andrés Macías Samboni
En un reino no muy lejano, donde la Entidad Promotora de Salud «Prevenir es mejor que curar» se erigía como un bastión de salud, se gestaba una búsqueda tan común como crucial: la contratación de un auxiliar de enfermería. En este escenario, Maury Gómez, la respetada maestra de la Escuela de Enfermería «No más enfermos sin atención», ubicada en la ciudad blanca con esperanza, se hallaba inmersa en la tarea de recomendar a la mejor de sus pasantes para llenar tan valiosa vacante.
El narrador, como un testigo silencioso, observaba los acontecimientos que se desarrollaban con la precisión de un bisturí. Los personajes, como piezas de un rompecabezas, encajaban en su lugar. La mañana en la que la oportunidad llamó a su puerta, Maury Gómez, con la efervescencia propia de quien vislumbra el destino de sus discípulos, no dudó un instante en pensar en Remedios. Esta joven, dotada de habilidades excepcionales y una vocación ardiente por el servicio, encarnaba la promesa de un futuro brillante en la enfermería.
Así pues, tras una llamada telefónica que auguraba cambios trascendentales, Maury Gómez se apresuró a contactar a Remedios, quien, emocionada y nerviosa, recibió la noticia con la intensidad de quien vislumbra un sueño hecho realidad.
—Prepárate, querida. El lunes, a primera hora, debes presentarte en la dirección que recibirás por WhatsApp. Lleva tu currículum y viste el uniforme con orgullo. La vacante es tuya, anunció Maury Gómez con el tono festivo que acompañaba cada palabra.
El corazón de Remedios latía desbocado. ¿Era real? ¿O acaso era un sueño del que temía despertar?
—¿Segura que no es una broma?, preguntó, casi sin aliento.
—Tan segura como que conozco tus manos y sé que sanarán más que cualquier palabra, respondió la maestra, su tono festivo revelaba la confianza que depositaba en su alumna.
El fin de semana que precedió al gran día, Remedios contó los minutos con la impaciencia propia de quien ansía abrazar su destino. Organizó meticulosamente su uniforme, actualizó su currículum y aguardó con la esperanza palpable en cada latido de su corazón.
Remedios, con su carpeta bien apretada entre las manos, se sentó en la sala de espera de la oficina indicada. El reloj marcaba las 7 de la mañana del lunes, y el aire estaba cargado de expectación. A su alrededor, otras señoritas y jóvenes también esperaban, sus carpetas en mano, como si portaran sus sueños y ambiciones. El narrador, invisible pero presente, sostenía el hilo de esta historia, esperando ver cómo se tejía el destino de una joven enfermera dispuesta a sanar corazones y aliviar almas.
El nerviosismo se apoderó de Remedios. Su corazón latía con la urgencia de un secreto compartido solo con ella misma. ¿Qué competencias tendrían las demás? ¿Quiénes eran sus rivales en esta carrera por el puesto? Cada nueva llegada aumentaba la tensión en la sala, y el frío de espanto se filtraba por su piel.
A las 7:30 a.m., las puertas de la oficina del gerente se abrieron. La secretaria comenzó a llamar a los candidatos uno por uno. Remedios supuso que seguían un orden de llegada, pero cuando llegó su turno, no la nombraron. La entrevista fue breve, apenas 20 minutos con los candidatos anteriores, pero cada segundo pareció eterno. El gerente la miró fijamente a los ojos, y su apretón de manos fue como un pacto sellado en silencio.
—Usted es muy afortunada —dijo el gerente—. La recomienda una mujer muy prestigiosa.
Remedios asintió, y se sintió pequeña ante la magnitud de la oportunidad. Pero no pudo evitar decir:
—En realidad, mi vocación y compromiso son mi carta de presentación, más allá de cualquier recomendación.
El gerente sonrió. —Vaya, usted supera mis expectativas. Sin embargo, su perfil se pondrá a prueba. Serán sus desempeños los que corroboren su sentir.
El currículum se cerró con un gesto decidido. Remedios sintió la responsabilidad pesar sobre sus hombros.
—Siendo fiel al protocolo del proceso de contratación, mi secretaria le comunicará la decisión esta tarde. Puede retirarse. —El gerente añadió—: Y gracias por venir.
Remedios salió, desilusionada, pero con una chispa de esperanza. Los cinco minutos de entrevista con ella, no eran un buen augurio, pero tal vez, por protocolo, habían citado a los demás. Observó a los otros asistentes mientras se despedía. Era la única uniformada. Y en su mente, una certeza crecía:
—Soy la elegida —susurró—. Quiero empezar cuanto antes.
Remedios se aferró al teléfono como si fuera su única tabla de salvación. A las 3 de la tarde, el sonido del celular la sacó de su ensimismamiento. Con manos temblorosas, contestó, buscando la confirmación que ansiaba: la noticia de su contratación.
—Señorita Remedios —la voz al otro lado de la línea era serena—, la estoy llamando desde la EPS “Prevenir es mejor que curar”. Antes que nada, quiero agradecerle por su asistencia y ser transparente con usted. No le hablo por orden del gerente, quien finalmente optó por contratar a otra persona. Lamento profundamente las expectativas que tenía, pero debe entender que la burocracia funciona así. Esta no es la excepción. ¡Hasta pronto!
Las palabras resonaron en sus oídos como un eco desgarrador. Remedios, con los ojos llenos de lágrimas, quedó atónita. No arrojó el celular, aunque la rabia y la frustración la invadían. Era su único vínculo con el mundo exterior, y ahora también portaba la noticia de su desilusión.
El lunes siguiente, en la tarde, abordé el bus que me llevaría a Silvia, en el corazón del Cauca. Una señorita vestida de enfermera se sentó a mi lado derecho. Su voz, serena y firme, resonó mientras hablaba por teléfono:
—Sí, es cierto. La burocracia puede ser implacable. Pero no se preocupe, Remedios. A veces, las oportunidades que perdemos nos conducen a caminos inesperados.