Hoy quiero contarles algo que tengo atragantado hace rato:
En estos días recibí una carta que me hizo pensar en que llevo mucho tiempo queriendo compartir con mis amigos una reflexión acerca de los hijos que estamos criando.
La carta era de una estudiante que me agradecía porque hace unos semestres la consolé en un momento en el que estaba desesperada porque tenía problemas académicos.
Le sugerí revisar la situación y su exigencia académica, tal vez un poco desmesurada. Al final me dio un abrazo que correspondí y ahí vino la parte más dolorosa de sus lágrimas, me dijo: profe, mi mamá nunca me ha abrazado y todo lo que recibo en mi casa como retroalimentación de mis resultados es que pudieron ser mejores.
Me alegró saber por su carta que hoy está bien, qué logró con empeño alcanzar sus objetivos académicos, pero siempre recuerdo lo del abrazo y me da durísimo.
Pero sigo… porque ya son 6 años de clase con grupos muy grandes, conformados por muchachos y niñas que tras una dureza aparente esconden una inmensa fragilidad, esa que los hace dudar de sí mismos y de sus capacidades, que los lleva a llamar la atención con una bulimia o anorexia de la que después les cuesta salir, que buscan calmar la ansiedad de vivir con drogas coloridas, mezcladas con medicamentos psiquiátricos y endulzadas con bebidas energizantes o licor.
Esta semana, seguramente, vieron que agarraron a varios estudiantes y hasta practicantes pertenecientes a una red de microtráfico que vendía drogas en universidades, que llegaron al descaro inclusive de usar oficinas de profesores para mover el negocio, que sin interés de reflexión alguna entregaron pruebas gratis a los amigos para volverlos adictos.
Sin embargo, no es la única red, hay “prepagos” sostenidas por amantes de dudosa procedencia que embaucan a otros para el negocio, que deben salir de clase a atender “clientes”.
Y… cada momento me pregunto ¿dónde han estado los papás? Esos que incondicionalmente aman, miman, consienten, abrazan, reprimen, contienen y dan ejemplo. Estos niños de 16 a 20 años son lo que hicimos de ellos y lo que les permitimos; son el resultado de los vacíos que tal vez se llenaron con dinero. Se saben y se sienten solos y sin herramientas para afrontar su vida.
Amigos, como padres nadie nos puede remplazar.
Adriana Tobón B