Por Miguel Fernando Caro Gamboa
En este país nos hace falta escuchar el cuento ajeno y compartir el propio. Ayer escuché a una ex combatiente de las FARC.
Se llama Alexa Rochi y según su relato llegó a las FARC huyendo de la violencia intrafamiliar y el abuso de su padrastro, abuso que le contó a su madre y ella, «miró para otro lado».
Según Rochi, en el monte encontró una familia y léase bien, en su experiencia, en la columna a la cual perteneció, nunca fue acosada y además como ella lo dijo «¿y quién se iba a meter conmigo sabiendo que cargaba un fúsil para defenderme?»
Por una situación de esas inexplicables, esta mujer de conversación amena, a pesar de sus duras experiencias, tomó una cámara sin permiso y le sacó una foto a un ave multicolor y hermosa en alguna selva colombiana y ese fue el inicio de su camino para ser conocida como la fotógrafa de las FARC.
El resto es historia y está en un libro que ha publicado como parte de su proceso donde en algún momento y después de su desmovilización, le tocó enfrentar su nuevo camino y prácticamente volver a empezar, pero ahora en vez de un fúsil, con una cámara y su don, encontrado en la selva, que le ha permitido construir un proyecto de vida digno y continuar su militancia en las causas que ella considera justas y vale aclarar que a ella, como al resto de sus compañeros en el monte, hasta donde entendí en sus palabras, los «comandantes», una vez posicionados en sus cómodos sillones del congreso, les dieron la espalda.
Al preguntarle sobre el colectivo de mujeres de la Rosa Blanca, su respuesta fue contundente, ella no fue abusada en su columna, más reconoce que sí hubo abuso en la organización guerrillera y que está de acuerdo en que así como hay altos mandos militares respondiendo por los «falsos positivos», que los «comandantes» que tengan que responder por violaciones, que respondan ante la JEP y ante quien corresponda por sus faltas. Eso es coherencia.
Al finalizar su conversatorio me acerqué y en Telepacífico la estaban entrevistando y llegué justo en el momento de su respuesta sobre las víctimas y el perdón y casi textualmente dijo algo en lo que estamos totalmente de acuerdo, es decir, que las víctimas no están obligadas a perdonar, que el perdón es un proceso individual que cada ser asume y no siempre se logra y que eso es respetable, otra vez encontré en esta mujer sensatez y coherencia.
Al escucharle esa respuesta solicité su permiso para darle un abrazo y ella accedió y este ha sido mi primer abrazo con una ex combatiente de las Farc y sentí a un ser humano que además de sus palabras, donde dijo que la inutilidad de la guerra es absoluta, con su testimonio de vida, donde narra el cambió un fúsil por una cámara, está siendo otra vez sensata y coherente.
No pretendo ser comprendido en este tejido de palabras, donde narro una experiencia, un encuentro, que tal vez, quienes en algún momento portamos un arma y la cambiamos, en mi caso, por un lápiz y un cuaderno, podemos vivir al conectarnos a otro nivel, el nivel del alma, ese espacio donde la vida, lo sutil, lo invisible, trascienden, incluso el peso de pensamientos, sistemas de creencias, posiciones políticas o ideológicas.
Gracias al noveno Festival Internacional de Literatura Oiga Mire Lea, he vuelto a creer en el poder de la palabra, del silencio para escuchar al otro sin prejuicio y sin importar los caminos recorridos, encontrarnos en un abrazo y reconocer que al final del día, tal vez los latidos de nuestros corazones, tambores sagrados, sanados del odio, el dolor, la desesperanza, la sed de venganza, el rencor… Y tantas cosas que oscurecen su melodía y su canto a la vida, sean los que nos permitan danzar, teniendo como melodía el canto y la risa de los niños y niñas que juegan felices, libres y en paz.