Muchas veces, visitar a los amigos, es como tomar un respiro, cambiar de ambiente. Lo malo es no encontrarlos en casa, o en el peor de los casos, si están, pero están viendo su programa favorito en televisión.
En estos días, fui a visitar una familia amiga. Temía no encontrarlos o que estuviesen muy ocupados viendo televisión.
Para mi sorpresa, al llegar, casi a las ocho de la noche, con un pan bajo mi brazo por aquello de que de pronto, me dan chocolate, los encontré a todos en la sala, conversando, riéndose, contando anécdotas y chistes. Saludé y los encontré muy animados. Pregunté que si había alguna celebración, era una noche especial o alguno de ellos estaba cumpliendo años y no me habían contado. Ninguna de las anteriores, como en los exámenes. Fallé. ¡Se les había dañado el televisor!
¡Increíble! Debido a que el televisor no funcionaba, estaban reunidos charlando. Eso me gustó. Cuánto hacía que no los hallaba así, por culpa de las novelas. Siempre los había encontrado con la mirada fija en la pantalla y cuando había publicidad, bajaban el volumen y preguntaban o medio conversaban. Porque apenas continuaba la novela, se escuchaba un shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh. ¡Silencio!
Qué agradable ese encuentro. Y cómo quisiera que se dañaran todos los televisores en las casas de mis amigos. No porque yo fuese a visitarlos, sino porque sé que podrían charlar más. Se acercarían más y conocerían amores y desamores, tristezas y alegrías, dolores y dichas.
Ojalá se dañaran los televisores en las casas de todos, así fuese por una noche, para que pudieran reencontrarse un momento y disfrutar de la compañía de ellos mismos.
Ojalá se dañaran los televisores en todas partes.
Manuel Gómez Sabogal