Por Manuel Gómez Sabogal
Abdul Grisales trabajó muchos años en la Universidad del Quindío. Casi que desde cuando la fundaron. Era portero, vigilante y una gran persona. Tenía como uno de sus gustos, además de ser excelente en su labor, escribir. Le agradaba, cuando tenía tiempo, sentarse a escribir. Y escribía cuentos. Tanto escribía que publicó un libro.
Abdul, nuestro recordado portero, más que vigilante, era el guardián de las oficinas de Bienestar Universitario, ubicadas en el edificio Catalina, frente a la salida de la Universidad del Quindío. En esa época, no había puente peatonal. Había que atravesar la Avenida Bolívar con mucho cuidado. Así mismo, hacia abajo, después del edificio Catalina, todo era potrero.
En dicho edificio, adaptado para bienestar Universitario, se hallaban la Dirección, Coordinación de Cultura, Coordinación de Deportes y Coordinación de Salud. Hasta allí se desplazaban los estudiantes a solicitar sus servicios.
Un lunes, en agosto de 1984, Abdul se quedó a mediodía, como de costumbre, cuidando nuestro lugar de trabajo. Nos fuimos a almorzar.
Al regreso, a las dos de la tarde, vi que la puerta estaba abierta, entré tranquilamente y me senté a trabajar. Minutos más tarde, apareció sudoroso, fatigado y algo nervioso, mi querido Abdul.
Con palabras entrecortadas me dijo: “profesor, se robaron la puerta”. Le contesté: “¿La puerta? ¿Cuál puerta?”
“¡Pues la de la entrada al edificio Catalina!”. Yo no podía creer lo que me decía, porque ingresé sin problema. La puerta estaba abierta. Salimos de la oficina, bajamos y, efectivamente, no había puerta, es decir, faltaba la mitad. Recuerdo que toqué su hombro, lo miré y empecé a reírme. No podía parar de la risa. Volví a mi oficina, me senté y Abdul, entristecido y ya, un poco enojado, me miró y me dijo: “profesor, ¡eso es muy serio. ¡Se robaron la puerta, me pueden despedir y usted se ríe!”. Le dije que se tranquilizara, que nada le iba a pasar y que de pronto, aparecería, porque apenas se habían llevado media puerta. Era muy pesada y me extrañaba que alguien hubiese cargado con ella.
Algunos salieron a buscar la puerta. De pronto, un señor que vendía dulces por ese lugar, le comentó a Abdul que unos muchachos habían dejado algo en el potrero. Muchos de los que se hallaban en Bienestar en ese momento, fueron al potrero.
Para alegría de todos, allá estaba la puerta. Me asomé y vi como, en procesión, venían con la puerta. Abdul adelante, se encontraba más que contento. Los coordinadores me preguntaron que por qué mi risa. Les dije que después les contaría.
La puerta se puso de nuevo en su sitio y nada pasó. Abdul siguió en su lugar, al interior de la Universidad del Quindío el cuento se regó como pólvora, nuestro trabajo continuó y Abdúl me dijo que escribiría algo muy serio sobre ese caso.
Enojado, Abdul volvió a mi oficina y me reclamó por mi burla. Le dije que jamás me burlaría de él, pues lo quería mucho y él lo sabía. Lo que pasaba era que me parecía simpático que al portero le robaran la puerta.
Años después, en el libro que publicó, me jaló las orejas. Seguía enojado y en el texto que escribió, dijo que todavía no entendía por qué me reí el día que le robaron la puerta. Ese era Abdul.
Este texto es un pequeño homenaje a un personaje que también vivió experiencias agradables, alegres, momentos difíciles, pero tuvo mucho que ver con la institución.
Abdul Grisales, gracias a su aporte, a su trabajo, también está en esa placa invisible de la Universidad del Quindío colocada en homenaje a aquellos que han ayudado a construir una universidad plena de desafíos, sueños y compromisos con la sociedad. Una universidad con presencia nacional…