Por Miguel Fernando Caro Gamboa, un tejedor de palabras
No quiero comentar nada que adelante aquello que nos brindará esta experiencia, porque eso es ir a encontrarse con este film, una experiencia sobrecogedora, pero si deseo compartir una asociación que me llegó, es decir, mi alma conectó con el mensaje y fue más allá de lo planteado en la pantalla.
¿Cuánto dolor hay en nuestros niños interiores y cuánta esclavitud permitimos que nos habite?
Encontrarnos con nuestro niño interior, reconocerlo, aceptar sus dolores y hacer trabajo de perdón para sanarlo, es un camino hacia la libertad interior, que posiblemente nos permita iniciar una senda diáfana, hacia el momento de trascender, despojados de ataduras.
Cada niño interior desconocido, olvidado, reprimido, no sanado, es la génesis de dolores profundos que se pueden expresar incluso de manera trágica, tema este, que no está al alcance de la comprensión de todo el mundo, no por complicado, sino por falta de amplitud mental.
Cada niño interior no sanado, puede ser el inicio de una manifestación letal en el cuerpo y de un final súbito o de una larga y penosa agonía y claro, allá cada persona con su sistema de creencias, eso es sagrado.
¿Cuáles pueden ser los sonidos de libertad?
Tal vez que nuestro corazón, tambor sagrado, deje escapar su canto en total armonía con el Universo, en paz consigo mismo y con todas las criaturas visibles e invisibles y esa melodía nos permita vivir intensamente la danza sagrada que iniciamos cada día con la llegada del hermano Sol.
¿Qué nos hace esclavos, qué nos hace libres, cómo queremos y decidimos vivir este momento sublime y efímero que es nuestro paso por el planeta escuela Tierra?
Sonidos de Libertad, otras miradas, otras preguntas y claro, cada quien puede ir y encontrar lo que busca o ir un poco más allá.
Tal vez a eso es lo que llaman observar con los ojos del corazón y también con los del alma.