A partir de nuestra creencia profundamente arraigada de que necesitamos a alguien para conseguir felicidad, comenzamos a proyectar sobre nuestra pareja todas las cosas que creemos que debe hacer (o dejar de hacer) para alcanzar esa felicidad. Como resultado, en vez de construir un espacio de compartir y de disfrute, vamos construyendo una prisión a la que llamamos amor en nuestras vidas.