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Desde el séptimo piso, por Faber Bedoya C
Una de las materias que más nos gustaba en la escuela, era la historia patria o de Colombia. Y el maestro narraba hechos que a nuestras mentes infantiles resultaban fantásticos. Todavía no había llegado a Montenegro Caldas, la ciencia ficción, año 1950, ni habíamos leído a Julio Verne. Aquellos docentes tenían una especial fuerza didáctica, para trasmitir conocimientos con carácter indeleble, que no los olvidamos, así estemos rondando los ochenta, todavía se recuerdan. Hablaban de la época de la conquista y la colonia, cuando en 1499 el navegante español Alonso de Ojeda llegó a la costa norte de Colombia y en 1525 Rodrigo de Bastidas fundó a Santa Marta, que fue la primera ciudad establecida por los españoles en territorio colombiano, quienes fueron nuestros ilustres conquistadores. Posteriormente, en 1538, Gonzalo Jiménez de Quesada fundó la ciudad de Santa Fe de Bogotá, que se convirtió en la capital del Virreinato de Nueva Granada. Durante este período, los españoles establecieron un régimen colonial, realizando toda clase de explotaciones, conquistas, saqueos, dominaciones, imposición de creencias, una religión, tributaciones, hasta la extinción de los indígenas. Realmente nuestros profesores no ahondaban mucho en esta época, era más referencias con tendencia a denigrar de los españoles, por todas las atrocidades cometidas contra los aborígenes nativos. Ellos se quedaron cortos. También nos contaron que los quindianos descendemos de los indios Quimbayas, a mucho honor.
El período de la independencia era el predilecto de todos nosotros. Los movimientos independentistas se propagaron en América Latina, incluyendo a Colombia y aparecieron una cantidad de líderes, guerreros, soldados, próceres, indígenas, criollos, mestizos, esclavos, y sus liberadores, todos contra los españoles. Simón Bolivar, Antonio Nariño, Francisco de Paula Santander, Antonio Ricaurte, José Acevedo y Gómez, Manuela Beltrán, Francisco José de Caldas, Atanasio Girardot, Juan José Rondón, Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos, Mercedes Abrego, Antonio José de Sucre, Camilo Torres y Manuelita Sáenz, la libertadora del Libertador, nada menos. Eran nuestros ídolos y líderes. Y al nombrarlos, rememoramos sus hazañas, las batallas libradas, victorias, derrotas. Nos sabíamos sus cuitas, intimidades, intercambiábamos informaciones de nuestros personajes, hasta los coleccionamos en láminas que pegamos en un álbum. Los representamos muchas veces, con destacadas obras de arte escénico, caracterizados y con vestimenta de la época, sobre todo el 20 de Julio, con el florero de Llorente, don Antonio Villavicencio, y a don José Acevedo y Gómez con esa proclama, “colombianos si perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión única y feliz, antes de doce horas seréis tratados como insurgentes. Ved los calabozos, las cadenas y los grillos que os esperan”. Amamos la historia patria, porque sentimos esa Colombia luchadora, que gestó una nación a fuerza de ideas, batallas y sobre todo solucionando conflictos internos, que surgieron por opiniones encontradas acerca de la forma de organizar el nuevo gobierno, porque al final nos alegramos cuando pudimos decir “fuera chapetones”.
Siguió la época de la independencia, y república hasta nuestros días. Pero después del estadillo del grito de independencia, vino un periodo de improvisación, de ensayos, errores, cambios de nombre de la nación, guerras civiles, periodos de gobierno de dos años, federalismo y centralismo. Transición que llaman ahora. Como sería la incertidumbre reinante, que los historiadores lo llamaron “la patria boba”. Algo se estabilizó, se redactó la Constitución Nacional de 1886, se reformó después, vino una guerra de mil días, se separó Panamá. Una hegemonía conservadora, después una república liberal, y mataron a Gaitán. Ya esta época de la historia, la vivimos en vivo y en directo, somos nacidos en esa época.
A estas alturas de la narración, tenemos el gran honor, de ser parte de los hechos sucedidos a partir de ese gran acontecimiento en la vida nacional. Es decir, nuestros antepasados hacen parte de la historia de muchas instituciones y pueblos. Entre nosotros hay descendientes de personajes históricos, que figuran en los textos escolares. Es que en carne propia vivimos, nada de referencias, la violencia partidista, la dictadura de Rojas Pinilla, todo el frente nacional y sus presidentes, nuestra independencia administrativa departamental, la bonanza cafetera, el terremoto de Armero, la toma y retoma del palacio de Justicia, el terremoto de Armenia y la pandemia universal del Covid 19. Además, hemos participado en quince elecciones presidenciales y hemos convivido con no sé cuántos alcaldes, gobernadores, concejales, diputados, representantes, y senadores, incluyendo los que están en ejercicio, son vecinos nuestros y de vez en cuando nos topamos con ellos. Son muy escasos, ya no se dejan ver.
Con semejante trayectoria, con tantas experiencias juntas, tanto camino recorrido, tantas vidas vividas, con innumerables personas que nos relacionamos, transacciones exitosas, viajes y regresos, frustraciones, fracasos, nos deben capacitar para enfrentar los nuevos rumbos a donde quieren conducir nuestro destino, recientes compañías que nosotros mismos elegimos. El panorama se ensombrece a veces, pero nosotros tenemos mucho que dar antes que recibir, somos instrumentos de tu Paz sin apellidos, en vez de ofensas, entregamos, perdón, unión en lugar de discordias, nada de dudas, nos acompaña la fé, la Verdad nos hace libres, sin desesperación porque hay tranquilidad, nada de tinieblas porque somos luz, consolamos y comprendemos. Con esta armadura seguros que salimos victoriosos.