Las personas buenas existen. Son maravillosas y no tienen en su diccionario las palabras odio, rencor, intolerancia. Son personas que creen en los demás y en lo que los otros hacen.
Se van, pero dejan una huella gigante en quienes las conocieron. La gente que las vio crecer, hacer, vivir, sentir, sabe que nunca han estado impregnadas de maldad, corrupción, componendas, hipocresía.
Se dejan ver en diferentes lugares en los cuales aprenden historia, literatura y mucho más y enseñan sin saberlo. Enseñan bondad, ternura, afecto, alegría, amistad.
Así era Milena. Se pasaba. Era maravillosa, increíble y antes que nada, una gran mujer, una gran persona. Inigualable.
Afortunadamente, quienes la conocimos, vimos siempre ese brillo de su amistad en todo lo que hacía. Estaba en todo. Le encantaba la cultura. Asistía a cuanto evento hubiera. Si había un cine club, allí estaba. Cada programa cultural era devorado con gusto por Milena.
El taller literario era su pasión. Asistía a cada sesión y saludaba con cariño a cada uno de los integrantes. Siempre aprendía y enseñaba, porque eso lo vivimos quienes tuvimos momentos a su lado.
Aprendimos mucho de ella. Aprendimos que en ella estaban la ternura y el afecto permanentes. Irradiaba alegría, pues sonreía siempre y estaba atenta a cada explicación, a cada conferencia. Vivía no solamente la amistad, sino que hacía que los demás entendiéramos que la amistad era algo innato en ella. Y que la amistad debía impregnar cada poro de nuestras vidas.
Asistimos a la celebración eucarística con sus cenizas. Poco a poco, la iglesia del café se iba llenando. La misa era a las cuatro de la tarde y como si la invitación fuera a un taller o a una charla donde estaba Milena, así fue el lleno en la iglesia.
Ternura, afecto, alegría y amistad llenaron la iglesia. Afuera había personas de pie, pues no hubo espacio suficiente al interior de la iglesia.
No hubo preguntas, ni la gente quería saber algo al respecto. Veíamos una iglesia llena, iluminada y la gente con gran respeto, asistía a la ceremonia religiosa. El silencio predominó durante la misma, pues el recuerdo de Milena estaba presente en cada uno de los asistentes.
Gracias Milena por permitirnos ese tiempo contigo. Gracias Milena por tu asistencia a todos los eventos culturales, los cuales viviste con gran pasión y cariño. Gracias por todo lo que nos enseñaste. Tu recuerdo perdurará, porque nos diste un gran ejemplo de vida
Si hubiese más Milenas en este mundo, seguro que habría más ternura, afecto, alegría y amistad.
Para cerrar, nada mejor que las palabras de una madre que supo a quién tenía a su lado siempre. Las palabras de una adolorida madre, que reflejan lo que se siente cuando se encuentra ante ese cariño brindado por quienes vivimos la celebración eucarística.
“Amigos, las muestras de afecto y solidaridad, manifestadas durante la enfermedad y luego ante la partida hacia la eternidad, de mi hija Alicia Milena, son un bálsamo para mi dolor y el de mi familia, en estos momentos. Todo esto me ha puesto a pensar que el paso de Milenita por este mundo no fue infructuoso, porque hizo lo que más le gustaba, cosechar valiosas amistades que supieron ver en ella lo que un corazón noble podía albergar por quienes se ganaban su amistad y su cariño. Un Dios les pague no es suficiente para agradecerles lo que, de una u otra manera, hicieron por mi hija, pero es lo mejor que puedo ofrecerles”. Con gratitud y aprecio,
Martha Cecilia Jaramillo Londoño
Manuel Gómez Sabogal