Por Luisa Fernanda Aldana
En un bello y soleado jardín, la familia departía alegremente saboreando deliciosos postres, de pronto uno de los miembros dijo:
— Antes de retirarme quisiera comentarles que este ha sido un encuentro maravilloso e interesante y me gustaría dirigirles algunas palabras a varios de ustedes.
Con disimulada alegría y voz cantarina prosiguió diciendo:
— Querida prima, no tengo idea en dónde aprendiste tantas mañas, te importa mucho el qué dirán, me exaspera tu control y autoexigencia, te crees de mejor clase, debe ser agotador estar siempre pendiente de mantener la imagen perfecta, de sostener tantas mentiras o verdades a medias, me cuesta trabajo entender tu disimulada superficialidad. En fin, son tantas tus manías que creo te estás volviendo hipocondríaca y manipuladora como tu querida madre. En mi opinión eres exquisitamente insoportable.
— Tú, querido benjamín de la familia, con tu sonrisa de niño bueno y tus ojos picarones no pasas desapercibido. Mientras hacíamos el recorrido a tu pequeño apartamento de estrato dieciséis, me percaté de que no había ni un solo libro. Ahora entiendo. Tú y tu mujer se han dedicado a cuidar el cofre del tesoro, se afrancesaron y caro has tenido que pagar el haberte creído el “mejor”, te hiciste el sordo por muchos años y ahora tus euros pagan grandes sumas para sostener tu salud y bienestar.
Las palabras brotaban con ligereza, respiró profundo y continuo.
— Niña linda, eres mi sobrina preferida, buena cristiana, elevas todos los días tus oraciones al cielo. Lamento decirte que tus rezos no nos han ayudado gran cosa, según parece no has podido controlar a tu dios y las cosas no han salido como todos esperábamos y deseabas. Eres calladita, calladita me pareciera que tienes muchas cosas que compartirnos y quizás grandes secretos que contar.
— Y tú, querido primo, siempre haciéndote el seductor, eres un dandi sin fortuna, dilapidaste el poco dinero que dejó tu padre. Entre chiste y broma y con tu sonrisa socarrona te las arreglas para escabullirte de los desencuentros familiares, casi siempre provocados por ti. Una y otra vez, más de una persona te ha tenido que poner en tu lugar por tus comentarios insidiosos. Me desagrada tu presencia, vas por el mundo culiando y evadiendo la total responsabilidad de las decisiones que has tomado a lo largo de tu existencia. Qué triste realidad la tuya.
Inesperadamente, la amena charla familiar fue interrumpida.
—Chicos, dijo con tranquilidad la enfermera, la tarde está refrescando y es hora de llevarlos a sus habitaciones.
—¿A dónde cree usted que me lleva señora? ¿En dónde están mi marido y mis hijos? ¿Qué hago en este lugar? ¿Quién me trajo aquí? Me siento un poco confundida, no sé en dónde me encuentro, por favor llame a mi chofer para que me lleve a casa.
La enfermera amorosamente le respondió:
— Doña Mercedes, quédese tranquila, se acerca el fin de semana y sus seres queridos vendrán a visitarla, como lo han hecho desde hace varios años y quizás en esta ocasión la lleven de paseo.