Por Manuel Gómez Sabogal
Juan se despertó. Abrió los ojos y se dio cuenta que un nuevo día había llegado. Los rayos del sol iluminaban su habitación. Miró al lado y ahí estaba su fiel compañía, el gato Felix. Siempre dormía a su lado y no lo dejaba para nada.
Comprendió que debía levantarse, aunque no recordaba qué día de la semana era. Pensó que era miércoles, pero al mirar el calendario, se dio cuenta que el sábado había hecho su aparición.
El piso en el cual vivía, se encontraba totalmente solo. Ni un alma en los tres apartamentos restantes.
La compañía del gato, la música y los libros hacían más placentero su día, pues no podía salir ni a la tienda cercana. Sus vecinos habían viajado y muchos apartamentos se hallaban al cuidado de los vigilantes de la portería.
¡Sábado! El día lucía maravilloso y el sol abrasaba con fortaleza. Y ahora ¿qué hago? Nada. Se levantó todavía somnoliento y se fue al baño.
Luego de tomarse un refrescante baño y sentir que el agua fresca había hecho lo suyo, tomó la toalla, y se dirigió a su habitación nuevamente. Se puso de nuevo una piyama y fue a la cocina a preparar su desayuno. Cereales, leche, fruta y luego de ello, caminó un rato por el apartamento. Puso música relajante y se dirigió al estudio a prender el computador.
Revisó los mensajes de sus compañeros, amigos de oficina de la cual lo habían despedido, debido a la pandemia. Habían cerrado y no tenían cómo pagarle todavía. Su consuelo era escribir a los amigos, conversar con ellos y sentir que no estaba solo.
Con José tenía una gran relación de amistad y compañerismo. Habían trabajado juntos durante 16 años. Conocían todo el tejemaneje de la empresa, pues eran los más antiguos o mejor dicho, pertenecían al inventario de almacén.
A mediodía, llamó al restaurante a pedir el almuerzo, pues llegaba calientico y listo para devorar. Nunca le fallaban, porque era un gran cliente. A esa hora, ni celular, ni computador, ni teléfono. Era su tiempo. Tiempo para él, como sostenía siempre.
Luego del almuerzo, como siempre, se recostó a hacer la siesta, infaltable. Hacia las 2 de la tarde, casi todo, volvía a la normalidad. Encendió el celular, revisó mensajes, contestó y dejó el celular de lado para dedicarse a leer.
Tenía varios libros sobre la mesa y quería devorarlos casi que de inmediato. Sin embargo, los cuentos completos de Cortázar lo tenían entretenido desde hacía varios días. Cortázar era su escritor preferido. Y leyó hasta las 6 de la tarde, porque estaba engomado con los diferentes textos.
Se preparó su pequeña cena, chocolate con queso, pan, pandequeso y unos huevos cocidos y luego encendió las luces de su habitación y organizó la cama.
Una película cerraba el día. Buscó en las diferentes plataformas una buena película o una serie corta y en eso utilizó dos horas.
Luego, Juan volvió a su habitación, leyó un rato más y apagó las luces.
No había sido un día más, era un día menos.
El mensaje es que ese día había sido vivido sin haberlo vivido de verdad? Había simplemente “pasado”? O quizás es un mensaje de esperanza con el que nos quiere transmitir que queda un día menos para que la situación cambie? En caso de que la respuesta sea la primera opción; por qué es malo conformarse con ese día simple y sencillo? Gracias 🙂
Fue lo que vivió Juan ese día como lo pueden vivir muchas personas en este encierro. Es un día menos, pero para Juan es como un día más, porque quiere vivir mucho para seguir leyendo, escuchando música y sintiendo que la vida es bella.
Gracias a Belén por tu visita y comentario. Y gracias a Manuel por estar pendiente.
Gracias 🙂