Por Manuel Gómez Sabogal
Cada semana, los jueves, muy juicioso y puntual, voy a mis terapias con el doctor Eddison. La semana pasada me estaba despidiendo de Gloria casi a la salida, cuando, antes de que quienes llegaban, tocaran el timbre, abrí la puerta. Eran dos jóvenes mujeres, quienes arribaban con sus productos.
Inmediatamente, les mostré la mano derecha abierta como diciéndoles que el ingreso valía cinco. Como una deducción diferente e instantánea, una de ellas abrió su mano derecha y la estrelló contra la mía. Como quien dice: nos saludamos.
Luego, le mostré el dedo índice e hizo lo mismo y lo chocó con el mío así como el niño con ET.
Las sonrisas no se hicieron esperar. Gloria, Beatriz y Antonia además de las dos jóvenes sonrieron. El detalle fue genial.
Me quedé sin saber quiénes eran, pero iluminaron mi día con su actitud.
Al llegar a casa, le escribí a Gloria: “Me vas a disculpar, pero lo que sucedió esta mañana en la puerta de entrada me dejó anonadado. No puedo creer que esas dos jóvenes mujeres fueran así. Ya quisiera encontrarme en la vida con más personas que regalan una sonrisa, una señal, un momento, simpatía, sencillez.
Salí con más alegría. Con más energía. Eddison, Antonia, Beatriz y tú inspiran, animan, ayudan. Hoy, sucedió eso y salí con un ánimo increíble. Tanto que acabo de llegar a casa, después de caminar desde la calle 2a. Fue una tarde en la cual pensaba qué escribir. La alegría de una sonrisa implica demasiado para mi. Si la gente pensara que dar una sonrisa, contagia, muchos harían lo mismo”.
En la noche, Gloria me escribió: “Buenas noches, que alegría saber que ese sencillo gesto alegró tanto tu vida, eso es saber vivir, disfrutar de las maravillas de las cosas simples”.
Y tiene toda la razón. Las cosas sencillas, simples son las mejores de la vida y en muchas ocasiones no prestamos atención a ellas. Estamos tan involucrados en lo que hacemos, tan ocupados en el trabajo que no sonreímos.
Si llegamos a una oficina donde todos están ocupados, cansados, aburridos, sonriamos al saludar y seguro cambiarán sus rostros. No nos contagiemos, porque se forma un círculo que anestesia y no alegra.
La música, un abrazo y una sonrisa son grandes remedios para la vida.
Recuerdo la letra de una maravillosa canción: “Sale a la calle y regala una sonrisa, porque el mundo precisa un poco más de amor”…