A usted, le ha pasado. Estoy seguro. Como padre de familia, alguna vez su hijo o hija le dijo: ¡mamá, papá, qué oso!, ante algunas situaciones que se presentaban en casa con los amiguitos o amiguitas o fuera de la misma, en visitas a amistades. Los “errores” que usted cometía estaban relacionados con palabras o frases que usted decía y que le parecían chistosas, pero que a su hijo no le hacían gracia alguna.
Eso ocurre muchas veces. Especialmente cuando los hijos son adolescentes salen a la calle y usted camina adelante o detrás de ellos. Porque sienten “oso” que usted vaya al lado. Si usted tiene una hija linda y la miran mucho, usted hace un chiste que de inmediato tiene respuesta.
Por ejemplo, si usted va con su hija a ver una cabalgata y algunos de los caballistas pasan por su lado diciendo piropos, a usted le da por ponerse gracioso y cuando se acerca uno de ellos a hablarle a su hija, usted le dice: “Amigo, ¿le sirvió el remedio para la pecueca?”. Él se va y su hija suelta un: “¡Papá, qué oso!”
Cuando usted era joven, le encantaba salir en su carro poner el radio a todo volumen, recorrer media ciudad saludando a sus amigos e invitarlos a pasear en su carro, repitiendo y tarareando las mismas melodías. Ninguno se abochornaba. Al contrario, todos disfrutaban, contaban chistes y la música seguía
Con los hijos, es diferente. Cuando ya usted tenía un hijo, estoy seguro que pretendió hacer lo mismo con su hijo al lado en el carro. Y le dio por poner su música, pasar por su hijo al colegio. Al subirse, le dijo: “papá, qué oso” y se metió al puesto de atrás para que no lo vieran.
Estoy seguro que a usted le encantaba ponerse un gorro con luces en diciembre, como los que usan ahora niños y papás para salir juntos a celebrar Navidad. Y sus hijos se agazapaban atrás porque les parecía un “oso” que el papá o la mamá lucieran como un diciembre raquítico.
Para completar, la música de sus “viejos” era muy antigua y ni qué decir que se aprendieron unas cuantas canciones.
Alguna vez, le tuvo que pasar a usted. La fiesta del “prom” de la hija. Los papás la quieren dejar en el sitio convenido, porque se sienten seguros si ella queda bien.
- “Papá, por favor, déjeme a una cuadra de la fiesta”.
- ¿Por qué?
- No quiero que mis amigos vean que me llevaron hasta la puerta. Yo ya soy grande
- No, señorita. La llevamos hasta allá.
Como ella va atrás, se agacha un poco y dice:
- Está bien, pero no tan en la puerta.
- ¿Por qué?
- Uy, papá, ¡qué oso!
Manuel Gómez Sabogal