Por Gloria Chávez Vásquez
“El amor perfecto a veces no llega hasta el primer nieto”.
Proverbio galés
Con el pánico generalizado y añadido al de la pandemia, sobre la nueva fase en el orden mundial, de adoctrinar a los estudiantes en las escuelas y demás instituciones educativas, me pregunto si no estamos desperdiciando la oportunidad de cederle la labor de educar a quienes mejor conocen las necesidades de los niños y los jóvenes. La sabiduría y experiencia de los abuelos, me parece, sería la salvación de una humanidad desesperada por una genuina educación. Un libro que acabo de leer, “Isabella y el abuelo” me ha sugerido esa posibilidad, que quiero compartir.
Antes de ser abuelo, Manuel Gómez Sabogal fue sucesivamente maestro de colegio (español e inglés), profesor universitario (periodismo) en colegios y universidades de su ciudad natal, la capital cafetera colombiana, Armenia. Cuando se retiró de la enseñanza en 2004, se dedicó a su otra vocación, comunicador social, especializado en la cultura, en radio y televisión.
En sus programas radiales emitidos desde la emisora de la Universidad del Quindío, Rayuela y Al calor de un Café, Gómez Sabogal realizó entrevistas a personajes prominentes y en las que, invariablemente se hablaba de literatura, música y arte. Hasta que, hace escasamente un par de años, cuando una dolencia de corazón le obligó a hacer pausa en su jornada.
Manuel recuerda que su quehacer literario hasta entonces, estaba limitado a los textos breves. Cuando nació su primera y hasta ahora única nieta, escribió sobre la experiencia en forma de diario: “Aquella mañana, la tomé por primera vez en mis brazos. Pequeña, casi diminuta. Mis lágrimas afloraron. Era mi nieta. Acababa de nacer”.
Poco después, Isabella, de escasos meses, entraba a cirugía, para una operación de corazón abierto. Aunque el cardiólogo trató de tranquilizar a la familia, diciéndoles que la intervención sería fácil y rápida, lo cierto es que la niña estuvo dos horas en el quirófano. A pesar de los altibajos, la pequeña se recuperó felizmente, para convertirse en una niña risueña y cariñosa.
El primer texto que Manuel colocó en Facebook, fue a raíz de esa operación. Poco después Paula, su hija emigraba a Canadá y dejaba a Isabella, temporalmente, con los abuelos. Con el tiempo, las anotaciones, sobre el progreso de su nieta, se fueron acumulando. Las anécdotas eran tan refrescantes, humorísticas y agradables de leer que un amigo comenzó a recopilarlas. Un día le sugirió que las publicara. Manuel, que es un tipo humilde y (¿quién lo creyera?), tímido, se sorprendió, pues la idea no le había pasado por la mente. Con la guía de su amigo William Castaño, escritor residente en Estados Unidos, se decidió a publicar. Había llegado la hora de que Isabella se marchara a Montreal donde la esperaba su madre. Isabella había cumplido nueve años.
Publicado por la desaparecida editorial miamense Grupo literario Book&bilias (2016-19) bajo el título Isabella y el abuelo, el libro tuvo cálida acogida. Se trataba de 20 graciosas viñetas sobre las aventuras de una niña precoz y su abuelo, un veterano intelectual que la introdujo en su mundo desde antes de que ella pudiera caminar. Isabella y Manuel se convirtieron en compañeros inseparables en las visitas a la biblioteca, a los museos, tertulias, conferencias y en las noches, dormía escuchando la voz del abuelo inventar nuevos capítulos a los cuentos clásicos. Con el tiempo y esa amorosa tutoría, Isabella, dueña de poderosa imaginación, fue formando un sentido común y madurez fuera de serie, que la moldearon en una niña amistosa y muy sociable. Por su parte el abuelo aprendió la importancia de darle espacio a su imaginación.
“Cuando regresa del colegio donde estudia primero de primaria, se sienta a dibujar, a recordar que fue lo que escuchó. Lo vive, lo dibuja y lo presume como ella lo quiere.
– Por qué dibujas tanto? – le pregunto.
– Abuelo, porque en el colegio me dijeron que dibujara lo que viera. Y estuve viendo la naturaleza, los niños, el patio, los animalitos, los pájaros…
– ¿Vas a dibujar todo eso?
– Pues claro. Aquí caben todos en esta hoja. Los hago pequeños y todos quedan bien.
– ¿Qué harás primero?
– El cielo, la tierra, el pasto, las vacas, las gallinas…
– ¿Y las casas?
– No, todavía no. Las casas están lejos.
– ¿Y la gente?
– Abuelo, apenas voy a empezar. ¿Puedes esperar a que yo piense?”
Manuel Gómez Sabogal, el abuelo/autor, dedicó su colección de 183 páginas “a Isabella, una niña traviesa, inteligente, soñadora, alegre y muy despierta”. Mas no contento con eso, dedicó el libro también “a los niños maravillosos, que siempre se defienden de sus padres, gracias a los abuelos”. Y para no olvidarlos, “a los abuelos gomelos (que en colombiano significa engreídos) untados de ternura, imaginación y mucho afecto”. Tampoco quiso ignorar “A los padres que deben dejar a sus hijos con los abuelos debido a sus “múltiples” ocupaciones”. Ni mucho menos dejó de lado “A las madres solteras que deben multiplicarse para atender a sus hijos”.
Compartiendo la experiencia de Manuel e Isabella, estaban su esposa Patricia y su hijo Manuel Alejandro, que es músico y escribió el estribillo: “Isabella, cajita de sorpresas y pequeño terremoto/Eres quien ha traído alegría y vida a mi hogar. / Gracias por ser esa niña tan especial que, no importando el momento ni el lugar, cada día dice con dulzura ¡Te quiero mucho! “
María E. Jaramillo R. una amiga y paisana que leyó y reseñó el libro, escribe: “En Isabela y el abuelo, las palabras dibujan el amor incondicional que une a estos dos seres divertidos y cómplices: Isabela pinta todo lo que ve, el abuelo escribe todo lo que siente”.
Algunas de las graciosas y espontáneas respuestas de Isabella, con las que Manuel Gómez Sabogal titula las viñetas: “Tú no eres gente, eres mi abuelo”. “Da Vinci también cometía errores”. “Yo me apago por la noche cuando duermo. Por la mañana vuelvo y me prendo”. “Abuelo, ¿ya te lavaste los dientes? No quiero que huelas a dragón”. “¡Abuelo!, se le olvido manejar? Usted ya está viejo y no hay problema, pero yo, ¡apenas estoy en cuarto!” “A veces es bueno andar con un viejito” (comentario que hizo cuando pudo entrar a una función entre los primeros, por la puerta de los retirados).
– Niña, (le pregunta un amigo del abuelo), ¿a usted no le da pena salir con ese viejo tan feo?
– ¡Ja Eso no es nada! De joven era peor.
Cuando partió para Canadá a iniciar la segunda etapa de su vida, Isabella, (que ahora tiene 16 años y debe hablar tres idiomas), más fuerte que su abuelo, vio sus ojos inundarse de lágrimas. “Abuelo, si lloras te pego” fue su infantil manera de contenerlo. Entre las memorias que llevaba consigo, estaba la canción Trébole interpretada por Rocío Dúrcal, que cantaban a diario los dos cuando Manuel la conducía al colegio.