Ingresé a la iglesia casi después de las 11 de la mañana. Sin embargo, apenas iba a comenzar la ceremonia. Me situé casi en el mismo lugar de siempre. Se inició la celebración eucarística y Sandro, el sacerdote, se sentó para hacer una reflexión sobre la vida y el afecto.
Continuó y habló sobre la falta de amor, afecto y el que estábamos desamparando el medio ambiente. Que ya poco o nada nos importaba lo que sucedía alrededor, pues había hechos importantes que, de pronto, ni conocíamos.
Terminó la celebración eucarística, pero como había un homenaje final a las madres, me retiré. Algunos muchachos del lugar salieron y nos despedimos como lo hacen ellos. Juntando los puños. Uno de ellos, me enseñó otra forma; resbalando las manos y luego, uniendo los puños. “Chau, parce”, me dijeron
Al salir, había una mujer policía de infancia y adolescencia con un niño al lado.Me arrimé y le pregunté a ella que por qué estaba ahí el niño. – “Vendedor de drogas”, me contestó.
El niño tenía una gorra y su mirada no era de odio, ni rabia, sino de tristeza y soledad. Lo miré, pero él estaba agachado. Todo el tiempo lo estuvo.
Lo abracé y no me retiró mi mano. Le pregunté por su edad y me respondió que tenía 13 años. Lo tenía abrazado. La mujer policía me miraba como si yo fuese alguien cercano al niño. Su mirada cambiaba hacia al niño, en momentos.
Le pregunté al niño: – Y ¿tu mamá? Hoy es el día de la madre. Su respuesta me hizo temblar. – No me importa. Yo vivo con mi abuela. Le volví a preguntar: ¿Y tu mamá? Solamente atinó a encogerse de hombros. No le volví a decir nada.
La mujer policía me miró y me dijo que debían llevarlo a que lo recibieran, pues como era menor de edad, debía quedarse allí en ese sitio.
Me despedí, no sin antes darle un gran abrazo al niño, quien no respondió, pero me miró como diciéndome algo con sus ojos.
Se alejaron. Me quedé un momento ahí y recodé que se había hablado del afecto. Ese niño carecía de todo, incluso de mamá, aunque estuviese viva, pero no cercana. Muy distante, muy lejana.
Su soledad era grande y a los 13 años, expendiendo droga, me puso a pensar en el afecto que tanta falta hace en muchas partes, pero se empieza en el hogar.
Espero volver a ver esos muchachos, a conversar con ellos, a charlar sobre la amistad. No dejo de pensar en esa mirada de tristeza y soledad de ese niño de 13 años que ya expende drogas.
Manuel Gómez S