Por Manuel Gómez Sabogal
Cuántas veces he escrito que, si los soldados “enemigos” se conocieran, no habría guerras.
Estamos viviendo actualmente guerras muchas partes del mundo, pero de la que más nos informan es la de Rusia contra Ucrania y en nuestro país, no acaba el derramamiento de sangre entre hermanos, que es peor.
Los guerrilleros y los soldados no pertenecen al estrato 10. Muchos de ellos son campesinos. Gente humilde, sencilla.
La guerra es una masacre entre gente que no se conoce, para provecho de gente que sí se conoce pero que no se masacra
Paul Valéry
Esta historia fue real. Sucedió en el sur de Colombia. Hoy, quiero compartirla, porque vale la pena. Leí el periódico de la época, vi en televisión la noticia y me animé a escribir algo que me llegó, de repente.
…no se conocían. No eran amigos. Ni jamás lo serían. Estaban entrenados para matar a los enemigos. Los enemigos eran ellos mismos. Jamás habían cruzado miradas, tampoco sabían de sus vidas.
Llegó el día en el cual tuvieron su primer encuentro. Sólo miradas. El uno, el soldado, secuestrado por la guerrilla. Ella, la guerrillera, también, secuestrada, sin saberlo. Tuvo qué pasar mucho tiempo para que ella, una niña de 17 años, conociese a alguien casi de su edad, dos años mayor, en el otro bando. Una sonrisa, una mirada, un romance, un escape a la libertad.
Los dos se dieron cuenta que podían conocerse, que podían ser amigos. No estaban pensando en matar, sino en amar. Sentían algo totalmente distinto a lo que habían aprendido. Una lección de odio que conocían de memoria, quedó en el olvido cuando tuvieron la ocasión de entender que eran seres humanos y que podían tener otros sentimientos.
El soldado y la guerrillera caminaron, corrieron, cruzaron ríos selva, trocha, y llegaron a contar que lo que sentían no era odio, sin algo totalmente diferente. El amor los había unido y habían empezado a saber quiénes eran y quiénes podrían llegar a ser. El amor no había distinguido qué tan buenos o malos eran. Eran un hombre y una mujer y eso bastaba para olvidar que su entrenamiento para matar quedaba atrás.
Cuántas veces al día podemos vivir la misma historia. Cuántas veces nos enfrentamos, sin querer, con nuestros hermanos, compañeros de trabajo, y amigos. Cuántas veces empuñamos las armas del odio, el rencor, la envidia y jamás nos damos cuenta que no nos conocemos, que no somos amigos. Estamos entrenados para matar. Porque para matar, no solamente necesitamos armas, sino ser insensibles, hipócritas, manipuladores, intolerantes.
El día que empecemos a ser como el soldado y la guerrillera y descubramos que la otra persona tiene valores importantes, ese día habrá un sol interior resplandeciente. Ese día iniciaremos un cambio de verdad. Desde ese momento, podremos descubrir que es más fácil ser amigos, compañeros, colegas, que estar secuestrados por nuestro egoísmo, envidia, falsedad, hipocresía.
Y contaremos nuestra historia como siempre la soñamos. Una historia llena de alegrías, sonrisas, comprensión, tolerancia y respeto.
El soldado y la guerrillera no se conocían, no eran amigos….
Qué bueno que se repitiese esta historia a cada momento.