Por Manuel Gómez Sabogal
La alegría de vivir se completó cuando llegó mi hija de visita. Vino con Pascal, su pareja. Lo simpático del caso es que todo el tiempo vino con un estribillo como de telenovela y cada rato salía con “¿Quién es ese hombre?”, cantando y cantando en diferentes momentos y espacios.
Cada vez que íbamos en el carro y empezaba a cantar ¿Quién es ese hombre?, inmediatamente le decía que, si seguía cantando ese estribillo, debía tomar un bus. Insistía con el estribillo. Nada qué hacer. A aguantar la cancioncita…
El viernes 16 de julio, nos fuimos a un sitio especial, Ohana, situado en la Avenida Centenario, invitados por mi hija y por Pascal, quienes terminaban su visita a Armenia y ya habían recorrido muchas partes del Quindío. Sus vacaciones llegaban al final.
Nos dejamos invitar y la comida fue muy especial. Departimos muy buen rato, hubo fotos para el recuerdo y el regreso a casa fue temprano, teniendo en cuenta que ellos deberían madrugar a tomarse el examen del PCR para su viaje de retorno a Canadá.
En casa, ya estábamos preparados para descansar cuando de pronto, mi hija revisó la factura que le entregaron en el restaurante y dijo: “esta no es la cuenta”. Escuché y le dije que mirara bien.
- Papá, esta no es la cuenta. Aquí no está todo lo que pedimos.
- Revise bien y mire que todo esté en orden.
- Ya lo hice y faltaron algunas cosas y hay otras que no pedimos.
- Entonces ¿qué hacemos? ¿Quién va hasta el restaurante?
- Vamos hasta allá papá y que sea la cuenta real, dijo mi hijo
- Papá, lleve esta factura y compare para que sea todo legal
- Bueno hijo, vamos.
- Papá, ¿va a ir en pijama?
- Tranquila que no me voy a bajar.
Así salí. Yo ya estaba en pijama. Nos subimos al vehículo y nos dirigimos al restaurante.
Al llegar, mi hijo se bajó, esperé un momento y luego, yo lo seguí (¡Qué dirían mis amistades!). Ya mi hijo estaba conversando con el cajero y le estaba explicando que mi hija había pagado algo que no era. Le hizo un recuento de nuestro pedido.
Después de un buen rato, coincidieron en la información y ahí estaba quien nos había atendido: Cristian, quien ayudó a confrontar las cuentas. Al final de la revisión, se dieron cuenta que habían cobrado 40 mil pesos menos, los cuales cancelé inmediatamente.
Al salir, una amiga me miró, como muchos de los que estaban allí y yo me cubrí más la cara. Sin embargo, ella lanzó una frase: “Tranquilo, así está lindo”. ¡Qué horror! Pensé.
Regresamos satisfechos y tranquilos, luego de haber solucionado la situación presentada. No hay nada como sentir que todo está bien y que hay tranquilidad de espíritu y calma en la vida.
Al llegar a casa, nos interrogaron sobre lo que había pasado en el restaurante. Pero mi hija dijo:
– Papá, te bajaste del carro así en pijama…
– Sí, para pagar.
– ¿Quién es ese hombre? Cantó al fondo Pascal, quien solo habla francés e inglés y todos soltaron la carcajada…
Mis hijos aprendieron que la honestidad es lo primero y que nunca se deben aprovechar momentos con beneficio económico a favor. Todo eso lo hemos hecho a lo largo de la vida.
Cada día aprendemos más y más ante diversas situaciones. La vida nos da buenas enseñanzas.
«Nos enseñaron valores y eso debemos recordarlo siempre».
Luis Eduardo Gómez Sabogal