Gracias a Dios, ella es así
Habla, habla y habla. Repite, transmite, regaña, discute, pregunta, responde, manda, ordena. Yo siempre le escucho, pero ella me repite que no. Que yo nunca la escucho. Ella es así. Es mujer. Igualita a las demás. Siempre está dispuesta a salir, a caminar, a ir a los centros comerciales, a llegar al cajero automático como si fuese de ella, pero pedirme que introduzca la tarjeta porque debemos comprar cosas para ella.
Es así. No hay vuelta atrás con ella. Ayer salimos y de nuevo, cuando caminábamos hacia donde ella quería, me pidió que siguiéramos por el camino que ella ya conocía y no por el que yo le indicaba. Es una barbaridad, pero no me queda más remedio que atender todo lo que dice.
Nos fuimos y al llegar al nuevo Carrefour, lugar donde ella quería llegar, me instó a que fuésemos primero a cine. Llegamos al piso de los cines, 14 en total, pero ya las películas habían comenzado y la que ella quería no estaba en cartelera todavía. Sin embargo, de nuevo me regañó y me pidió que comprara las boletas. Que ella no se iba si no entraba a ver esa película.
Después de un buen rato, logré convencerla para que mirase al lado y viese qué había allá. Eso le gustó. Compré sus crispetas, pues se muere por ellas y nos fuimos al salón de juegos. Juegos y más juegos había allí. Eligió el de su gusto y yo me dediqué a observarla. Disfrutó casi una hora. El cansado era yo.
Nos sentamos y siguió hablando. No hubo poder humano que la callara. Quería comentar sobre todo lo que observaba. Yo la dejé.
Terminado el día, nos fuimos caminando. Manotea cuando habla y la gente la mira, sonríe, se ríe. Por donde pasa es una locura. Todos tienen qué ver con ella.
Quería pizza. Listo. Más comida. Porque come lo que sea cuando salimos. No hay sitio imposible para ella.
Es decir, conmigo, hace lo que le da la gana. Y yo, me dejo. No tengo personalidad. No soy capaz de decirle no, porque entonces me recrimina, me dice que no la quiero y que mejor me cambia. Y yo no quiero que me cambie.
Aunque sea así, me la aguanto. Le aguanto todos su berrinches, chiripiolcas y lo que le de. No hay caso.
La adoro. Es mi niña bonita. Tiene 5 años y quiero estar con ella siempre. Por eso, no me resisto cuando me dice: Abuelo, ¿Salimos?
Manuel Gómez Sabogal
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