Por Manuel Gómez Sabogal
Tuve este título en mente toda la noche. Tenía que plasmarlo así. Porque entre sueño y lágrimas, me surgían frases, momentos y siempre, este título.
Me detuve varias veces, salí a caminar alrededor, pensando en qué escribir, hasta cuando vinieron algunos momentos para plasmar.
“Te amo y te amaré siempre”, “Papá, te amo”, “Eres mi héroe”, han sido las frases de su amada esposa e hijas. Y se merecía siempre esas frases, porque era excelente con su núcleo familiar, en todo sentido.
Casado, establecido, empezaron a llegar los frutos de la unión. Juliana, la primera y luego las mellizas Manuela y María José. Es decir, a falta de una mujer, ya eran cuatro.
Faltaba la mascota. A mi hermano y a Liliana no les gustaban perros o gatos en casa. Y se apareció Juliana con un perrito. Ni modo. Lo recibieron a regañadientes, pero se convirtió en el mimado de la familia. Antes de mi hermano abrir la puerta, Tito ya estaba ladrando, dándole la bienvenida. Lo aman y lo cuidan. Es parte de la familia. De una familia como pocas, hoy en día.
Un núcleo al que se unió Alejandro Mejía, esposo de Juliana, desde hace dos años. Un matrimonio lleno de amor, porque Alejandro y Juliana se encontraron gracias al afecto, la ternura y los valores, inculcados en las dos familias. Parecen calcados. De esa unión nació Gabriela, la tan esperada nieta.
Un párrafo especial merece Lía Giraldo, su otra madre, no una suegra más. Lo adoraba como a un hijo. Lía celebró sus 90 años, acompañada por esa familia maravillosa. Lía vivió muchos años de alegría con las guachadas chistosas de mi hermano. La molestaba casi siempre y por todo. Siempre encontraba algo para hacerla reír. Era así mi hermano…
Siempre lo admiré y seguiré extrañando ese talante como ser humano. Porque jamás traicionó los valores aprendidos en casa. Ramón y Aura nos enseñaron lecciones maravillosas para andar por el camino de la vida. Ramón, el trabajo, la responsabilidad, el esfuerzo, el respeto en todo sentido, la fe en Dios. Aura, la paciencia, el afecto, la ternura, el cariño, la fe en Dios.
El bachillerato lo estudió en el Colegio San José y se destacó por su don de gentes.
Esos valores y más, los tenía mi hermano. Cuando estudiaba medicina, vivía en Manizales, en casa doña Josefina, quien lo trataba como un hijo. Allí, cultivó amistades increíbles que, todavía hoy, eran sus compañeros. Rafael Parra y Marco Fernando Martínez con quienes viajaba cada fin de semana a Armenia.
Mi hermana Luz Helena quería estudiar Bacteriología y fue a Manizales, porque mi hermano ya estaba allá. Era muy consentida por Ramón y Aura y no querían que estuviera en otra ciudad. Si ella se quedaba por alguna razón, mi hermano le llevaba encargos y dinero de mis papás.
Y volviendo a ese increíble núcleo Gómez Gutiérrez, iban a misa los domingos, en familia, porque familia que reza unida, permanece unida, dicen por ahí. Allá en la parroquia de Pentecostés, en la Universidad del Quindío, estaba el padre Agostino Abate, un hombre con gran vocación sacerdotal, como mi hermano por la medicina, porque no era un médico de simples recetas, sino un ser increíble con una gran vocación de servicio. Comulgaban. Cuando no podían asistir a la celebración eucarística donde el padre Agostino, iban a otra parroquia, el día sábado, pero no les podía faltar esa parte espiritual.
Porque la espiritualidad ayuda demasiado.
Mi hermano era así. Enseñado a estar en casa, a vivir en casa y con los suyos. Su hogar y su trabajo, en ese orden, sus prioridades. Por eso, el dolor de la despedida fue grande, inmenso.
Los mensajes de familia y amigos han sido muchos, demasiados. Porque saben de quién están hablando y a quién despedimos.
Poner cada mensaje, ocuparía muchas páginas. No queda sino agradecer a tantos y tantos por su amistad para con mi hermano.
El domingo 1 de noviembre, el padre Agostino Abate publicó una nota que me llegó al alma, sentí como si fuera para mí.
Gracias, Agostino Abate por esa maravillosa columna. No es una opinión cualquiera. Es una gran reflexión para este momento de lágrimas y tristeza. «La muerte llega cuando ella quiere…». Por eso, mi gran consuelo es que creo, mi hermano siempre estaba preparado, por ser como él fue. Le habían hecho un cateterismo y ante la gravedad por un infarto fue internado los últimos días en la UCI, dejándonos sin despedirse el sábado 31 de octubre.
Dios lo ama tanto que lo quiere para Él, para que sea Su compañía en estos tiempos de pandemia. Porque ya cumplió con lo que le había designado, con sus tareas y por eso, el llamado que le hizo Dios.
Mi hermano, como Moisés, siempre tuvo una maravillosa relación con Dios. Por ello, el momento de verlo, llegó…Una gran reflexión para momentos de gran dolor…Gracias mil.
Gracias a Dios, hay más seres humanos, así como mi hermano. Ya quisiera yo tener las características de mi hermano. Pero es único e irrepetible. Sigo aprendiendo de todo lo que me enseñó
Por todo, mi hermano es un héroe de amor en tiempos de pandemia.