La desesperación es peligrosa
A veces, el silencio, la soledad, el aislamiento influyen demasiado en las personas. Hay soluciones para todo, pero muchos no se atreven a buscarlas o si las buscan, siempre les niegan cualquier petición.
¿Cuántas veces ha sucedido con tantas personas? Muchas veces han ido a un banco a solicitar un préstamo, pero les piden demasiados documentos. Y si son pobres, ni hablar. No tienen puertas abiertas, porque el banco es para los que tienen cómo. Y recuerdo esa frase que más o menos dice: “¿Quién es más ladrón, los que asaltan un banco o los que lo fundaron?”.
Entonces, muchas personas acuden a los “gota a gota”, quienes les solucionan los problemas con otros más grandes. Y así se maneja la economía en ciertos sectores.
Se suma el que no hay empleo y si lo hay, las personas deben regalarse por cualquier precio, pues necesitan un sustento, un alimento pasa su familia, pagar un arriendo. Se esclavizan porque necesitan hacerlo. ¿Qué más pueden hacer?
Ahora, cuando los políticos recorren barrios, comunas, veredas para “conocer” los problemas, estoy seguro que no van a los almacenes en el centro de la ciudad. Allí, puede preguntar a los empleados si les pagan el salario mínimo diario o mensual y “conocerá” las respuestas más tristes.
Empleados que deben sostenerse con lo que en los almacenes les dan, porque no hay más.
Las familias ya no son familias. Las familias están desapareciendo como por encanto. Hay mujeres que se han separado de sus esposos y los personajes del cuento ya no se interesan ni por sus hijos. No le importan. O aquellos “novios” que embarazan a niñas incautas y desaparecen como si fueran los conejitos del mago de circo.
Y no nos damos cuenta qué sucede al interior de cada casa, porque ni hogar se puede llamar. Cuando nos enteramos, ha ocurrido una tragedia, la cual lamentamos y de ella culpamos a muchos. Que los políticos no hacen, que el papá es un miserable, que los vecinos no ayudaban, que la familia la dejó sola.
No. Culpables somos todos. Nos volvimos egoístas, aislados, convivimos con nosotros y con nadie más. No interesan la familia, los allegados, los vecinos. Nos volvimos impasibles, imperturbables. Somos otros cuando queremos volver a ser los mismos.
Por ello, cada tragedia tiene no tiene dolientes sino por un momento, unos días. Después y como no fue con nosotros, nada pasa. Todo sigue igual.
¿Por qué? ¿Por qué? Todos se hacen la misma pregunta y buscan respuestas en la familia, los amigos, los vecinos. Pero la desesperación es desesperante y en el silencio del alma, cuando se han agotado todas las respuestas, se toman decisiones irreversibles.
El afecto, el cariño, los abrazos, una llamada, una charla pueden cambiar una mala decisión
Manuel Gómez S