Por Miguel Fernando Caro Gamboa
Nos conocimos desde siempre, en una fecha que ya no recuerdo del siglo pasado. Es un ser humano que siempre ha utilizado el poder para hacer el bien. En nuestro primer encuentro, utilizó su poder como funcionario de la Universidad del Quindío y nos invitó a siete personas, que conformábamos el grupo literario «Letras de cambio», a compartir con su comunidad estudiantil y eso fue alucinante, pues nos deleitamos leyendo cuentos y poemas durante dos días y logramos el propósito que él tuvo al invitarnos, mostrarle a la gente joven, lo que otros jóvenes estaban haciendo para hacer realidad sus más hermosos sueños impregnados de tinta y a través de las palabras convertidas en libros.
Hace unos años, para su programa «Al calor de un café«, me hizo la mejor entrevista que me han hecho en mi vida y en una tarde espléndida, construimos una charla deliciosa que nunca olvidaré y que me permitió compartir con el público lo único que he hecho y en lo único que creo, es decir, trabajar para que las personas tengan la posibilidad de escuchar el cuento ajeno y compartir el propio.
Manuel Gómez Sabogal y yo pertenecemos a la «Fraternidad masculina de la lágrima fácil» y en nuestros encuentros a veces afloran, de parte suya o mía o de los dos al mismo tiempo, porque nos duele el mundo, o como aquella vez que nos encontramos a las cinco de la mañana en las urgencias de una clínica de Armenia, él por un cólico extraño y yo con cinco puntos en mi frente y un hombro dislocado, al caerme en la huida, para salvarme de un atraco. La gente y el personal médico miraron con extrañeza a un señor en silla de ruedas y a otro en una camilla, toteados de la risa, nadie entendía qué estaba pasando, para nosotros era el colmo de nuestra amistad, encontrarnos en medio del dolor, en urgencias, a seguir celebrando nuestra amistad sempiterna.
El poder de servir de mi querido amigo no tiene límites y siempre lo pone a favor de los que realmente lo necesitan e incluso de aquellos que la sociedad rechaza, y su corazón y sus abrazos, han consolado a muchas personas en los momentos más difíciles. Para él, servir es una obsesión y por eso más de una persona lo elogia diciéndole que está loco y él se hace el loco y me pasa ese adjetivo a mí, pero no, yo no le doy ni a los tobillos.
Por estos días mi amigo, hermano mayor, cómplice, colega y compañero en la junta directiva de la empresa «Locura Total Ilimitada» ha dicho que está triste y yo lo entiendo, por eso hoy madrugué para escribir estas palabras, a decirte que te quiero mucho y que pronto estaremos nuevamente «Al calor de un café» en tu bella Armenia, en mi Cali cálida y hermosa o donde sea, porque a los locos el universo nos junta y se divierte viéndonos gozar y servir, a eso hemos venido y eso haremos siempre, mi querido amigo Manuel Gómez Sabogal, eso sí y que quede claro, encuentros en urgencias, nunca más.
Fraternalmente Miguel Fernando Caro Gamboa, tejedor de palabras.